Tal día como hoy del año 1898, hace 120 años, llegaba a Barcelona un grupo de treinta soldados de leva que habían sobrevivido al conflicto de Cuba (1895-1898) y que se convertían en los primeros en volver a casa. En aquella lista también figuraban los soldados voluntarios Pere Fortuny (de Barcelona) y Josep Rodríguez (de Reus) que elevaban a treinta y dos el número total de aquella primera remesa. Según la prensa de la época, la mayoría procedían del campo de prisioneros que el ejército norteamericano había habilitado en Santiago de Cuba después de la derrota naval española del 3 de julio de 1898. Después de aquella batalla, los norteamericanos llegaron a concentrar casi a dos mil prisioneros de guerra del ejército español.

La lista de los treinta soldados de leva que el Ministerio de Guerra facilitó a la prensa (y que se publicaría al día siguiente) estaba formada por dieciocho hombres procedentes de las comarcas de Barcelona (Carmel Salesas, Pere Cortadella, Francesc Badia, Domènec Olmo, Joaquim Ramacha, Josep Arrabal, Modest Cases, Joan Galops, Isidre Pons, Antoni Rodriguez, Joan Balart, Mateu Castañé, Enric Olmos, Joan Fusté, Josep Malet, Miquel Casaponce, Sebastià Bru y Manel Ibañez); seis de las comarcas de Girona (Lluís Planas, Josep Cases, Joan Maimí, Pere Vilella, Pere Pairés y Emili Giné), dos de las comarcas de Tarragona (Ferran Feliu i Amadeu Canals), tres de la isla de Mallorca (Bartomeu Escamella, Miquel Tomàs i Bartomeu Esteva) y uno de la isla de Eivissa (Josep Escandell).

Ni el gobierno y el ejército españoles, ni la prensa de la época, destacaron la llegada de este grupo. Le dieron una cobertura política y mediática extremadamente discreta; y si mereció algún comentario, tanto del gobierno como de la prensa, sería para destacar la suerte de aquellos primeros repatriados. La misma prensa, durante aquellos días, publicaba discretamente que el gobierno español ―presidido por el liberal Práxedes Mateo Sagasta― estaba reclamando con cuentagotas la devolución de los prisioneros. Y en cambio, destacaba que, en Filipinas, los norteamericanos (omitiendo, como se sabría posteriormente, que estaban cansados de esperar) habían entregado a los prisioneros españoles a las milicias independentistas, que la misma prensa denominaba "bárbaras hordas tagalas".