Tal día como hoy del año 1235, hace 784 años, las huestes particulares de Guillem de Montgrí, arzobispo de Tarragona; de Bernat de Santa Eugènia, obispo de Girona; de Nunó Sanç Berenguer, nieto de Ramón Berenguer IV y conde del Rosselló y de la Cerdanya, y de Pere de Urgell (nombrado en algunas ocasiones Pere de Portugal), nieto, también, de Ramón Berenguer IV e hijo de Sancho I de Portugal, completaban la conquista de las islas de Eivissa y de Formentera.

El jefe de aquella empresa militar era el arzobispo de Tarragona, que, previamente, había firmado un contrato de enfeudación (de reconocimiento de autoridad) a favor del conde-rey Jaime I. En cambio, los otros tres jefes militares se infeudaron al arzobispo de Tarragona. La empresa militar de Eivissa y de Formentera, como había pasado seis años antes con la de Mallorca (1229), fue obra, exclusivamente, de los poderes feudales catalanes. El estamento nobiliario aragonés no quiso tener ninguna participación.

Una vez completada la conquista militar, se produjo la expulsión de la comunidad de cultura árabe y de religión musulmana, que representaba la práctica totalidad de la población de aquellas islas. Los conquistadores repoblaron Eivissa y Formentera con campesinos y artesanos procedentes de sus feudos: el campo de Tarragona, el Empordà, el Rosselló y la Cerdanya. Según el Libro de Repartos, se trazaron cuatro "quartons" a favor de cada una de los jefes militares y financieros de aquella empresa militar.

No obstante, el principal beneficiado sería Guillem de Montgrí que sería, también, quien aportaría más repobladores. El prelado tarraconense se reservó el dominio sobre una de las principales fuentes de riqueza de las islas: las salinas. Pero cuando murió, no las transmitió al arzobispado, sino que las cedió a la institución municipal de Eivissa y Formentera, que las explotaría en exclusiva hasta que, pasados casi cinco siglos (1715), el primer Borbón hispánico las confiscó y las integró en el patrimonio de la corona española.