Tal día como hoy del año 1442, hace 576 años, los ejércitos de Alfonso IV de Barcelona y V de Aragón, conocido con el sobrenombre del Magnánimo, conquistaban la ciudad de Nápoles, último reducto de la dinastía de origen francés Anjou en la mitad sur de la península italiana. Con aquella conquista se culminaba la campaña militar catalano-aragonesa iniciada diez años antes (1432) que tenía el objetivo de integrar, definitivamente, el reino de Nápoles a la Corona de Aragón. Esta situación se mantendría hasta 1713 cuando, en el contexto de la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), el primer Borbón la cedería al archiduque de Austria —su rival en el conflicto—, a cambio de la renuncia de este al trono de Madrid.

La conquista del reino de Nápoles se había convertido en el eje principal de la política exterior de Alfonso el Magnánimo. Mientras que el trono de Sicilia, que había pasado a formar del edificio político catalano-aragonés el año 1282 —pocos años después del matrimonio entre Pedro de Barcelona y de Aragón y Constanza de Sicilia—, se había mantenido en manos de miembros del casal de Barcelona; la dominación sobre Nápoles —a pesar de las victorias del almirante Roger de Llúria (1282-1285)— no había sido nunca efectiva. La dinastía Anjou, que, previamente, había usurpado el trono a la familia de Constanza (1266) con la ayuda del Pontificado, había mantenido el control del territorio hasta 1442.

La conquista de Nápoles tendría una gran trascendencia política y económica. Nápoles era una de las ciudades más pobladas y más ricas de la península italiana. Con 60.000 habitantes superaba la población de Barcelona (35.000) y se aproximaba a la de València (75.000). Progresivamente, Nápoles relevaría a Barcelona como capital política de la Corona de Aragón. Después de la conquista, Alfonso el Magnánimo no tan sólo no volvería nunca más a la península Ibérica sino que, incluso, establecería en Nápoles una potentísima cancillería, formada por las personalidades más relevantes en los ámbitos político, académico y artístico del Renacimiento italiano, con la cual no podría competir Barcelona.