Tal día como hoy del año 1746, hace 274 años, moría en Madrid el rey Felipe V, el primer Borbón hispánico que, después de la Guerra de Sucesión (1705-1715), había reducido Catalunya —hasta entonces un estado del edificio político hispánico— a la categoría de simple provincia de la España de fábrica castellana. Decretó la Nueva Planta, que significaba la liquidación de las instituciones políticas catalanas, la persecución y encarcelamiento de los líderes políticos y militares catalanes, la proscripción de los símbolos catalanes, la prohibición del uso público de la lengua catalana y la violenta imposición de una tributación de guerra durante décadas, que retrasaría la recuperación económica de Catalunya y que es el origen histórico del déficit de la balanza fiscal Catalunya-Espanya.

Según las fuentes históricas, Felipe V murió en unas condiciones físicas y mentales calamitosas que arrastraba desde la juventud. El Dietario de la Generalitat (1701) revela que durante su primera estancia a Barcelona (para negociar y jurar las Constituciones de Catalunya), y con sólo diecisiete años, ya había sufrido graves episodios psicopatológicos que habían generado muchas dudas con relación a su capacidad para gobernar. Otras fuentes revelan que, en el transcurso de su reinado (1700-1746), estos episodios se intensificarían hasta límites monstruosos: ataques coléricos incontrolables, agresiones a personas de su entorno, y práctica de la necrofilia: había mantenido relaciones sexuales con el cuerpo moribundo y con el cadáver de la reina Luisa Gabriela (su primera esposa).

Según la historiografía oficial española, Felipe V murió a causa de un derrame cerebral. Pero en cambio, otros historiadores revelan que el progresivo y evidente deterioro físico y mental (desde su juventud) había culminado irreversiblemente en la muerte. El historiador Pere Voltes (Reus, 1926 – Barcelona, 2009) —profesor de las universidades de Barcelona, Hamburgo y UIC; y asesor de EADA y del CSIC— revela: “Andaba desnudo ante extraños, se pasaba días enteros en la cama en medio de la mayor suciedad, hacía muecas y se mordía a sí mismo, gritaba desaforadamente, alguna vez pegó a la reina (Isabel Farnese —su segunda esposa—) con la cual se peleaba a voces y repitió tanto sus intentos de escaparse que fue preciso poner guardias en su puerta”.