Tal día como hoy del año 1502, hace 522 años, en Córdoba (corona castellanoleonesa), Diego Rodríguez de Lucero (Moguer, corona castellanoleonesa, circa 1470), jefe de la Inquisición local y popularmente conocido como "Lucero el Tenebroso", ordenaba prender fuego a una pira donde serían quemadas vivas 27 personas que, previamente, habían sido detenidas y torturadas bajo la acusación de practicar el judaísmo de manera clandestina. Aquel acto de fe era el más mortífero de la historia inquisitorial peninsular hasta entonces. Pero dos años y medio más tarde (el 23 de diciembre de 1504), el mismo Lucero ordenaría otro acto de fe que sería el más mortífero de la historia: 107 personas quemadas vivas bajo la misma acusación.

Aquellas masacres provocaron una oleada de protestas. Las cortes castellanas ordenaron una investigación, que revelaría que aquellos actos de fe eran un instrumento de represión al servicio de una gigantesca trama de corrupción y de criminalidad que liquidaba físicamente a los que se atrevían a denunciar su existencia. En la cima de esta trama estaban los poderosos Johan Rois de Calçena (Calatayud, Aragón, 1450-Zaragoza, 1519), secretario personal del rey Fernando el Católico, y Diego de Deza (Toro, León, 1444-1523). Calçena y Deza serían acusados —popular y judicialmente— de apropiación de los fondos que la Inquisición había confiscado a sus víctimas, pero siempre disfrutarían de la sospechosa protección del rey Fernando.

Lucero era uno de los eslabones más destacados de aquella trama y en Córdoba ejercía su poder de forma incontestable. Pero el 9 de noviembre de 1506, en plena crisis de poder en Castilla por la muerte de Felipe el Bello (envenenado por orden de su suegro Fernando), y por la ausencia del propio rey católico (expulsado del trono de Toledo a la muerte de Isabel), se produjo el asalto popular a la mazmorra inquisitorial de Córdoba, que permitiría la liberación de 400 presos. La mayoría eran personas de las élites urbanas andaluzas que a la muerte de Isabel (1504) se habían opuesto a que Fernando ocupara en Toledo el lugar de la difunta. Lucero escapó a través de una galería subterránea y consiguió salvar la vida. Pero no el cargo: fue cesado junto con Deza.

En 1508, con Fernando de nuevo en el trono de Toledo pero esta vez como regente de su hija Juana —mal llamada "la Loca"— y de su nieto Carlos de Gante, se celebró un juicio de reparación en Burgos y se dictó la restitución del honor y de las propiedades a las víctimas de Lucero. Pero aquella sentencia no se cumplió nunca, y tanto Lucero como Calçena y Deza no tan solo no fueron ni juzgados ni castigados, sino que vivieron, discreta y cómodamente, el resto de sus días sin que nadie les molestara. Incluso, en el caso de Lucero, vivió sin ningún sobresalto más allá de la muerte de Fernando (1516) y de la de Rois de Calçena (1519) y de la de Deza (1523). Murió en su casa de Sevilla el 28 de diciembre de 1534, durante el reinado de Carlos de Gante.