Tal día como hoy del año 1936, hace 87 años, en Barcelona, un pelotón paramilitar formado por milicianos leales al gobierno de la República fusilaba al general Manuel Goded Llopis, líder del golpe de estado fracasado del 19 de julio de 1936 en Barcelona. Goded había sido detenido, acusado y juzgado por el delito de conspiración militar y condenado a muerte por un consejo de guerra de la República. Durante el periodo de detención y juicio (19 de julio a 11 de agosto) estuvo recluido en el barco-prisión Uruguay, amarrado en el puerto de Barcelona. Y la sentencia se ejecutó en el cementerio del castillo de Montjuïc.

Desde la proclamación de la República (1931), Goded había estado implicado en varios intentos de golpe de estado y había formado parte de grupúsculos que conspiraban contra el legítimo régimen republicano. En junio de 1932, había tenido un papel protagonista en los incidentes de Carabanchel (la concentración de tres regimientos de infantería sin el conocimiento del ministro de Guerra y la difusión de proclamas contra la República y contra el Estatuto de Catalunya). Había sido cesado, pero todavía, en agosto de 1932, había participado en la Sanjurjada (el primer golpe de estado contra la República, que fracasó porque la mayoría de oficiales del ejército no lo secundaron).

No obstante, después del triunfo electoral de la derecha y la formación de un gobierno tripartito involucionista, había sido rehabilitado y nombrado capitán general de las Illes Balears. El 19 de julio, Llano de la Encomienda, capitán general de Catalunya, no había secundado el golpe de estado militar iniciado dos días antes en las guarniciones del Rif, y Goded voló de Mallorca a Barcelona con una escuadrilla de hidroaviones con el objetivo de arrestar a Llano y dirigir el golpe de estado en Catalunya. Consiguió la primera parte de su plan, pero fracasó en la segunda. Acabaría acorralado en el edificio de Capitanía General y rindiéndose a las milicias republicanas que combatían el golpe de estado.

Durante las horas que dirigió el golpe de estado, los militares que habían salido a las calles de Barcelona dispararon indiscriminadamente, tanto contra los milicianos que defendían la legalidad republicana como contra la población civil desarmada, causando docenas de muertos y de heridos. A última hora del día, acorralado en la Capitanía General, se rindió y fue conducido en presencia del president Companys, que le obligó a aceptar el fracaso de su acción y a leer un comunicado por radio que decía: “La suerte me ha sido adversa y he caído prisionero; si queréis evitar que continúe el derramamiento de sangre, quedáis desligados del compromiso que teníais conmigo”.