Tal día como hoy del año 1416, hace 508 años, en Barcelona, Ferran I, primer rey de la estirpe castellana Trastámara en el trono de Barcelona, creaba el título de príncipe de Girona para designar a su heredero. La creación de esta dignidad se inspiraba en el título castellanoleonés de príncipe de Asturias, que se concedía al heredero en el trono de Toledo desde que la misma estirpe Trastámara había alcanzado la corona castellanoleonesa (1366). Joan I, segundo monarca Trastámara de la corona castellanoleonesa, ya era conde de las Asturias cuando se sentó en el trono de Toledo, y la única cosa que hizo fue adaptar la sucesión de su título a la condición de heredero real. Por lo tanto, podemos decir que estos títulos (príncipe de Asturias y príncipe de Girona) son de creación de los Trastámara.

El más relevante del título de príncipe de Girona es su origen. Cuando Fernando I lo creó, Catalunya formaba parte del edificio político catalanoaragonés. Pero Catalunya vivía inmersa en una profunda crisis económica y social que era el producto de una sucesión de episodios muy violentos: la peste negra, los pogromos y el paisaje de extrema tensión entre el campesinado de redención y la aristocracia propietaria latifundista. Además, en aquel momento el régimen feudal se empezaba a partir, buscando restaurar la pirámide jerárquica tradicional que situaba al rey en la cima. Y tanto Aragón como Valencia, no tan solo no estaban afectadas por aquellas crisis, sino que además se presentaban con la gradación de reino, a diferencia de Catalunya que conservaba la de Principado.

Fernando I elevó el título de duque de Girona o delfín de Girona —que ya utilizaban a los monarcas de la anterior estirpe Bellónida para designar a su heredero—, a la categoría de príncipe y, pudiendo haber desplazado su radicación a un lugar de los reinos de Aragón o de Valencia, prefirió conservar la asociación de esta dignidad con una de las ciudades y condados protagonistas de aquella Catalunya primigenia (siglos VIII en X). De esta manera reconocía que el condado independiente de Barcelona (o Principado de Catalunya) —y no el reino de Aragón— era el verdadero núcleo fundacional, el nervio ideológico y el motor político, económico y militar que había creado, agrandado y sostenido el edificio político catalanoaragonés.