Tal día como hoy del año 1945, hace 72 años, los representantes del régimen nazi de Alemania firmaban en Reims (Francia) la rendición incondicional. De esta manera se ponía fin —en Europa— a la II Guerra Mundial. Los regímenes totalitarios de ideología nazi, fascista y nacionalcatólica que dibujaban el eje Berlín-Roma-Madrid habían sido derrotados. Se abría una etapa que dividía Europa en dos bloques políticos y económicos: los regímenes democráticos de sistema capitalista, liderados por Francia y por Gran Bretaña, y los regímenes dictatoriales de sistema marxista, liderados por la Unión Soviética. Una etapa de tensión permanente que recibiría el nombre de Guerra Fría y que se prolongaría por espacio de 45 años.

La historiografía española, tradicionalmente, ha presentado el régimen franquista como un actor neutral. Y lo ha justificado con la no intervención de los aliados que, en cambio, combatieron en Italia y en Alemania y en los países ocupados por los regímenes de Roma y de Berlín. La realidad, sin embargo, revela las intensas relaciones del régimen franquista, a través del filonazi Ramón Serrano Suñer, con las cancillerías de Mussolini y de Hitler, que iba mucho más allá del apoyo militar recibido durante la Guerra Civil de 1936-1939 y de la División Azul, formada por falangistas voluntarios y por leva forzosa, que combatió al lado de la Wehrmacht y de la Gestapo en la Unión Soviética.

Los catalanes pagaron un elevado precio por esta alianza. A los 90.000 muertos de la Guerra Civil, se sumarían miles de víctimas en los campos de exterminio nazi —por su condición de catalanes y republicanos—, en acciones bélicas —como miembros de la Resistencia francesa—, o a causa de las enfermedades que devastaron a las comunidades de exiliados en la Francia del régimen colaboracionista de Pétain. El catalanismo político en el exilio trabajó para que los aliados derribaran el régimen franquista. Pero la Administración norteamericana optó por una estrategia de asfixia, que le permitiría, seis años más tarde, firmar unos acuerdos tan draconianos que jamás un aliado europeo le habría aceptado.