Tal día como hoy del año 1833, hace 192 años, en Prats de Lluçanès (el Lluçanès-Osona), Josep Galceran i Escrigàs (Prats de Lluçanès, 1794-1836), heredero acomodado de una casa de fabricantes de paños de la localidad, lideraba un levantamiento contra el régimen de Isabel II, que, posteriormente, sería considerado el primer pronunciamiento carlista en Catalunya y el punto de inicio de la Primera Guerra Carlista en el Principat (1833-1840). Galceran protagonizó este levantamiento como jefe de un grupo de voluntarios ultraconservadores de la comarca, a los que había mantenido armados y organizados durante la vigencia de la llamada “Década Ominosa” (1823-1833) —el régimen de terror impuesto por Fernando VII en la última fase de su reinado—.

El levantamiento de Galceran se produjo tan solo seis días después de la muerte de Fernando VII y de la proclamación de su primogénita y heredera Isabel II. Alrededor del régimen de la nueva reina se concentraron las fuerzas políticas y sociales de ideología liberal. Mientras que en torno a Carlos María Isidro, tío paterno de la nueva reina y pretendiente al trono, se agruparon las fuerzas políticas y sociales de ideología ultraconservadora. No obstante, en Catalunya, el carlismo tuvo un rasgo propio: reunió a todos los sectores de la población rural y agraria (aún mayoritaria en el conjunto del país) contrarios a una burguesía urbana y a una ideología liberal a las que veían como las destructoras de las formas de vida tradicionales.

El levantamiento de Galceran fue rápidamente neutralizado por el ejército del régimen isabelino (también llamado “constitucional”), comandado por el general Manuel de Llauder i de Camín (Argentona, 1789 – Madrid, 1851). Pero la rebelión carlista se extendió por la Catalunya interior, y en cuestión de semanas (noviembre-diciembre, 1833), los carlistas catalanes ya controlaban la mitad norte del país (el Pirineo, la Catalunya Central, y buena parte de la llanura de Lleida, del Camp de Tarragona y de las Terres de l'Ebre). El conflicto carlista se alargó hasta 1840, y en Catalunya fue especialmente mortífero: durante aquellos siete años, se aprovechó aquel escenario bélico para dirimir violentamente viejas disputas personales o familiares.