Tal día como hoy, hace 100 años, acabó la batalla de Verdun –en el contexto de la Primera Guerra Mundial–, que enfrentó a los ejércitos francés y británico, por un lado, y al alemán, por otro. En el bando franco-británico lucharon un contingente importante de catalanes –que las fuentes históricas sitúan entre 6.000 y 12.000–, alistados voluntariamente con el propósito de internacionalizar la reivindicación independentista y con la esperanza de que la victoria aliada abriría las puertas al reconocimiento internacional del Estado catalán. En Verdun perdieron la vida 880.000 hombres –el equivalente al censo actual de población de la ciudad de València–, muchos de los cuales eran catalanes.

El año 1916 el independentismo catalán ya había alcanzado su madurez política. No era la fuerza mayoritaria en Catalunya, pero la Unió Catalanista –que concurría a los comicios con la Lliga Regionalista de Prat de la Riba– había ganado un reconocido prestigio por su destacada participación liderando el catalanismo en las etapas críticas del cambio de siglo: la redacción de las Bases de Manresa de 1892 (primera reivindicación formal de autogobierno); la crisis de Cuba y el Tancament  de Caixes de 1899 (primera revuelta antifiscal contemporánea), y la Setmana Tràgica y la creación de Solidaritat Catalana (primer frente común y transversal del catalanismo político y cultural).

Voluntarios catalanes a la Primera Guerra Mundial

La Unió Catalanista y el sindicato CADCI –con la mediación de la Mancomunitat de Catalunya presidida por Prat de la Riba– establecieron un convenio con el Gobierno de la República francesa que se articuló a través de un organismo mixto francocatalán: el Comitè de Germanor de Voluntaris Catalans, radicado en París e influido por el mariscal Joffre (el héroe francés de origen rosellonés). El Comitè distribuyó a los voluntarios catalanes entre Saint-Quentin i Verdun, puntos clave de la guerra y tumba de miles de soldados. Al acabar la guerra, tanto la Lliga –entonces dirigida por Cambó– como el Gobierno francés de Clemenceau perdieron el interés por los voluntarios. Y su esfuerzo quedó en nada.