Tal día como hoy del año 1634, hace 389 años, en Barcelona; los oficiales del virrey hispánico Enrique de Aragón Folc de Cardona y Córdoba, conde de Empúries y duque de Sogorb y de Cardona; colgaban en la horca a Joan Sala Ferrer, conocido como Serrallonga (Viladrau, Osona, 1594); que había sido uno de los grandes capitanes del bandolerismo catalán de su época. Serrallonga se había iniciado muy joven en el fenómeno del bandolerismo. Según la investigación historiográfica, con poco más de quince años ya se dedicaba al bandolerismo de baja intensidad; pero a partir de los veinte (coincidiendo con las crisis de principios del siglo XVII), ya dirigía a un grupo que estuvo formado por más de cien bandoleros a caballo.

Serrallonga formaría parte de una generación que dio grandes capitanes bandoleros (coincidiría con Pere Roca d'Oristà "Perot Rocaguinarda"; con Gabriel Torrent de la Goula "Trucafort"; y con Pere Barba dels Carbonells "Barbeta"). Actuó en el bando de los cadells (el bandolerismo popular enfrentado a los bandoleros señoriales nyerros); y eso lo convirtió en un héroe popular. No obstante, nunca robó a los ricos para repartir entre los pobres. Los botines de los robos se repartían entre los componentes del grupo, o se cedían a los jefes políticos del movimiento para organizar operaciones de gran envergadura. El obispo Sala i Robuster, de Vic, fue jefe político de los cadells; y el arzobispo Terés, de Tarragona, lo fue de los nyerros.

Abandonado por sus jefes políticos y perseguido por las fuerzas del virrey hispánico, fue capturado por la delación de un traidor en la masía de ca l'Agustí en Santa Coloma de Farners (la Selva). Después de un brutal interrogatorio, donde fue torturado, y de un juicio farsa sin ninguna garantía procesal; fue condenado a muerte y ahorcado. Se le atribuyó una gran cantidad de robos y de secuestros. Los más destacados serían el asalto a un convoy de moneda de la monarquía hispánica, cerca de Vic (1625) y el asalto a un correo con moneda de la Generalitat, también cerca de Vic (1628). En ambos casos contó con la complicidad de la gente de la región. Después de su muerte, ninguno de sus tres hijos varones (Antoni, Josep Baltasar e Isidre) siguió sus pasos.