Tal día como hoy del año 1894, hace 129 años, en Barcelona, era ejecutado Santiago Salvador Franch, acusado y condenado por el atentado con bomba en el Liceu del 7 de noviembre de 1893. Salvador accedió al Teatre del Liceu en el día de la inauguración de la temporada de invierno y se situó en el quinto piso de la zona de tribunas. Mientras se interpretaba el segundo acto de la ópera Guillermo Tell, obra de Gioachino Rossini, lanzó dos bombas Orsini —de fabricación casera— contra el público situado en la platea. La explosión de la primera bomba provocó 14 muertos y 35 heridos de diversa consideración. En cambio, afortunadamente, la explosión de la segunda bomba quedó amortiguada por el cuerpo de una de las víctimas y no causó los mismos efectos que la primera.

Salvador escapó en medio de la confusión y nadie pudo dar una descripción del autor de esa masacre. Pero el gobernador civil, Ramon de Larroca, ordenaría detenciones masivas que culminarían con la acusación, juicio, condena y ejecución de tres inocentes: Josep Codina, Mariano Cerezuela y Manuel Archs. Mientras Larroca fabricaba los falsos cargos que conducirían a estas personas a la muerte, la policía detenía a Salvador, que desde el primer momento reconoció ser el autor del atentado del Liceu. Sin embargo, el gobernador civil Larroca no cesaría en su afán de imputar a Codina, Cerezuela y Archs, que serían ejecutados el 21 de mayo de 1894, cinco meses después de la detención y confesión de Salvador.

Santiago Salvador —hijo de una familia de campesinos acomodados del Bajo Aragón, de profesión tabernero y de ideología anarquista— fue ejecutado con el método del garrote vil en la cárcel del castillo de Montjuïc, a manos del verdugo Nicomedes Méndez López. Salvador, autor confeso del atentado del Liceu que había costado la vida a 14 personas, siempre sostuvo que lo había hecho para vengar la muerte del anarquista Paulí Pallàs, ejecutado por el intento de asesinato del general Martínez Campos (1893), jefe visible del golpe de estado de 1874 que había derrocado la República y había restaurado la monarquía. En el momento en el que Salvador se sienta en la silla de la muerte, tenía treinta años (la misma edad que Pallàs cuando es ejecutado), estaba casado y tenía dos hijas.