Tal día como hoy del año 1612, hace 405 años, Felipe III, rey de la monarquía hispánica, firmaba un Privilegio autorizando la celebración de corridas de toros en recintos cerrados construidos a propósito. Hasta entonces las corridas de toros se organizaban en recintos efímeros aprovechando los grandes espacios urbanos: plazas, cruces de calles, o umbrales de puertas de muralla. Con el Privilegio se daba el pistoletazo de salida a la construcción de plazas de toros permanentes. Y se daba un impulso formidable a la matanza contemplada como un espectáculo de masas e instrumentada como elemento de control sobre la sociedad. La versión barroca e hispánica del panem et circenses de la Roma antigua.

Las oligarquías latifundistas castellanas eran las propietarias del grandes rebaños de toros bravos. Eran las proveedoras -las únicas y las oficiales- del elemento principal del espectáculo -el toro. Y sus retoños, los protagonistas más destacados del espectáculo. En aquellos inicios la matanza se llevaba a cabo a caballo. Y el caballero -el torero- era siempre un elemento de la aristocracia local que se prodigaba como un héroe en la macabra representación del bien (el hombre) contra el mal (el toro). Una representación -con todos los elementos publicitarios- que perseguía prestigiar la estirpe aristocrática que organizaba -y financiaba- la matanza y, de rebote, glorificar el sistema político.

Grabado de una corrida de toros del siglo XVII

En los Països Catalans, aunque está documentada la celebración esporádica de toros en Barcelona y en València, no sería hasta después de la derrota de 1714 que se tiene noticia de corridas organizadas regularmente. Y en el Principat, no sería hasta después de la efímera incorporación de Catalunya al Imperio francés (1812-1814) que se iniciaría la construcción de plazas de toros. Habían pasado dos siglos desde la publicación del Privilegio cuando se edificaron las plazas de la Barceloneta (1834), Tortosa (1850), Olot (1859), Tarragona (1883), Figueres (1894), Girona (1897) y de Les Arenes de Barcelona (1900), en una etapa histórica -curiosamente- de revoluciones obreras y de recuperación de la conciencia nacional catalana.