Tal día como hoy del año 1492, hace 525 años, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla firmaban en Granada el decreto de conversión o expulsión de todas las personas de religión judía que vivían en sus dominios. De esta manera se ponía fin a una convivencia que se remontaba al siglo II (bajo dominación romana), con la presencia documentada de comunidades israelitas en Tarraco -Tarragona- y en Dertusa -Tortosa. Durante más de 1.000 años los judíos habían formado parte del paisaje social y cultural peninsular. Y habían sido la punta de lanza del conocimiento científico y académico y de la producción artística. Y se ponía fin, también, a un siglo de durísimas persecuciones iniciadas con los pogromos del año 1391 que habían desembocado en asesinatos masivos y en conversiones forzadas.

En Catalunya, el año 1492, los judíos habían quedado reducidos a una pequeña comunidad de 8.000 personas en que contrastaba con los 50.000 anteriores a los pogromos de 1391 (el 15% de la población del Principat). El decreto tuvo poca incidencia en Catalunya. La mayoría de los judíos catalanes que habían sobrevivido a los pogromos, o habían iniciado el camino del exilio -hacia las repúblicas de la bota italiana- o se habían convertido al cristianismo. Las fuentes revelan que los últimos judíos catalanes se dividieron entre el exilio y la conversión. La posición social y económica era determinante. Y a diferencia de lo que había pasado un siglo antes, los más ricos se convirtieron y accedieron a posiciones que hasta entonces, por su condición, tenían privadas. Algunos se integrarían en la cancillería de Fernando el Católico.

La historiografía tradicional española ha insistido mucho en presentar los pogromos y la expulsión como una gran afirmación en la fe cristiana de las sociedades medievales hispánicas. La realidad, sin embargo, es que la gran crisis de 1333 -que en Catalunya se prolongaría por espacio de dos siglos- suscitó el conflicto larvado que enfrentaba a la burguesía mercantil judía con las clases pasivas -la nobleza militar y el clericato. Los pogromos y las conversiones forzadas fueron un auténtico saqueo y genocidio a la comunidad judía, perpetrado por sus enemigos estamentales. Barcelona, privada de la parte más activa de su burguesía, se precipitaría hacia una crisis que le haría perder el protagonismo que había ejercido en el Mediterráneo. Un papel que no recuperaría hasta la centuria de 1700.