Tal día como hoy del año 1348, hace 674 años, en Épila (reino de Aragón), el ejército del conde-rey Pedro III derrotaba las tropas de la rebelión llamada Unión de Aragón, formada por las clases nobiliarias aragonesas. Aquella rebelión se había gestado medio siglo antes, cuando la cancillería de Barcelona había renunciado a proseguir la expansión peninsular hacia el sur (siguiendo la línea de la costa) para concentrar todos los esfuerzos en la empresa mediterránea. Después de la conquista catalano-aragonesa del reino de Murcia (1296-1304), las cancillerías de Barcelona y de Toledo habían fijado el límite territorial de los dos estados en la línea del río Segura y, por lo tanto, Jaime II renunciaba a proyectar sus dominios hacia el reino nazarí de Granada.

Casi simultáneamente (1282-1305), el casal de Barcelona había incorporado a sus dominios las islas de Sicilia y de Cerdeña. Pero estas empresas militares y el posterior reparto de feudos habían sido reservados al brazo nobiliario catalán. En aquel contexto, el brazo nobiliario aragonés se había sentido perjudicado y había aprovechado varias situaciones críticas (el esfuerzo real en las campañas siciliana y sarda, el intento francés de invasión del Principado de Catalunya) para arrancar concesiones políticas y económicas a la corona a cambio de la financiación que requería la resolución de aquellas crisis. La práctica abusiva de aquella política de chantaje hizo que Aragón se convirtiera, de facto, en un estado casi desvinculado de la Corona catalano-aragonesa.

A mediados del siglo XIV aquella situación se había descontrolado totalmente. El estamento nobiliario valenciano había secundado el ejemplo aragonés, aunque las causas eran diferentes (un retroceso en las cuotas de poder ante el empuje de las potentes clases mercantiles de València). Y en aquel contexto, Pedro III —que, a diferencia de sus antecesores, era un monarca con un perfil muy autoritario— decidió liquidar el problema por la vía de las armas. Después de la derrota de la rebelión aragonesa, la gran mayoría de las concesiones que las instituciones de Aragón habían secuestrado durante la etapa crítica, fueron reintegradas a la Corona. Según algunas fuentes, Pedro III rompió con un puñal los privilegios de la nobleza aragonesa.