Tal día como hoy del año 1703, hace 322 años, empezaba un episodio meteorológico de fortísimos vientos y lluvias que abarcaría desde la costa occidental de la isla Británica hasta el mar Báltico: centro y sur de Inglaterra, Países Bajos hispánicos, Países Bajos independientes (Diecisiete Provincias), principados imperiales de Münster, Hannover, Holstein, Mecklemburgo y Brandeburgo-Pomerania, Dinamarca, sur de Suecia y costa de Prusia. Sus contemporáneos —como el escritor inglés Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe— la describieron como “la tormenta más terrible que jamás ha visto el mundo”. Y la investigación moderna la ha catalogado como un huracán de fuerza 2 y como la tormenta documentada más violenta de la historia de Europa

Según las fuentes documentales de la época, aquella tormenta llegó a las costas de Gales y Cornualles en la madrugada del 5 de diciembre de 1703, y durante aquella jornada barrió la isla Británica. Según algunas mediciones en el centro de Inglaterra, la presión atmosférica habría bajado hasta los 950 milibares. Y, nuevamente, las fuentes relatan que, debido a las rachas de viento huracanadas, se derrumbaron cientos de campanarios y miles de chimeneas y molinos. También relatan que el viento arrancó cientos de tejados de casas, granjas, iglesias y palacios, y que el mar penetró hacia el interior de las zonas llanas próximas a la costa y provocó la muerte por ahogamiento de miles de personas y animales. Según las mismas fuentes, la fuerza del ciclón habría arrastrado un barco 25 kilómetros tierra adentro.

El balance de las marinas de guerra de los países afectados sería espeluznante. La marina inglesa sola perdió 130 buques mercantes y 40 grandes carracas militares. El gobierno inglés de la época contabilizó unas 15.000 víctimas mortales entre la marinería civil y militar a causa de estos naufragios. Aparte, habría que contabilizar las víctimas civiles, que, solo en Inglaterra, se estiman en unas 25.000. Las fuentes de la época relatan que incluso los buques fondeados en el río Támesis sufrieron daños de consideración o, directamente, naufragaron; como es el caso del HSM Vanguard, uno de los grandes buques militares ingleses del momento, que estaba varado en el astillero de Chatham, y vio cómo la tormenta lo arrastraba hacia el centro del río y lo hundía.