Tal día como hoy del año 1641, hace 382 años, en el marco de la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59), las tropas de la alianza catalanofrancesa, formadas por doce mil efectivos y comandadas por los generales Josep Margarit y Philippe de La Mothe-Houdancourt, derrotaban y expulsaban la guarnición hispánica de Constantí, que escapó en desbandada hacia Tarragona para refugiarse en el interior de sus murallas. Aquella guarnición hispánica estaba formada por trescientos mosqueteros del rey Felipe IV, que tenían la misión de defender la posición de Constantí y de impedir que el ejército catalanofrancés se acercara a Tarragona. Según las fuentes documentales, los hispánicos casi no presentaron batalla.

El abandono de la posición de Constantí, provocó el hundimiento de toda la línea de fortalezas que protegían Tarragona (Catllar, Salou, Altafulla), y los hispánicos quedaron recluidos dentro de las murallas romanas de la ciudad. Las provisiones empezaron a escasear, y la población civil de Tarragona fue sometida a un terrible episodio de hambruna, que provocó enfermedades y muertes. Los militares hispánicos refugiados en Tarragona eran los supervivientes de la humillante derrota de Montjuïc (26 de enero de 1641) y los que su comandante, el sanguinario marqués de Los Velez, había conseguido reagrupar después de la desbandada entre Sants y Vilafranca. Hay que decir, sin embargo, que una parte importante del ejército hispánico había desertado y nunca se reunió en Tarragona.

La batalla de Constantí fue la primera de una serie de episodios militares de aquel conflicto que se saldaron a favor de las armas catalanofrancesas. Entre 1641 y 1643, los ejércitos de Margarit y La Mothe consiguieron el control de la práctica totalidad del territorio catalán. Fue la época en que las relaciones entre las cancillerías de Barcelona y de París eran fluidas y sinceras. Después vendría una gran revolución social en Occitania, la Jacquerie de 1643, liderada por Joan Petit, que puso en jaque la monarquía francesa y que puso en evidencia que el reino de Lluís todavía no tenía la fuerza suficiente para relevar la monarquía hispánica como primera potencia continental y mundial. Lo haría, sin embargo, dieciocho años más tarde (Paz de los Pirineos, 1659).