Más allá de la tragedia que ha supuesto el caso de las dos hermanas gemelas de Sallent que se lanzaron el martes desde un tercer piso, con el resultado hasta el momento ya conocido de una joven muerta y otra gravemente herida, la desgracia ha puesto de manifiesto una preocupante falta de controles. Una inspección lo suficientemente eficaz para tratar de impedir que Leila y Alana, que también recibía insultos tránsfobos por querer cambiar de género y llamarse Iván, con tan solo 12 años, buscaran desesperadamente acabar con su vida. Con el paso de los días hemos sabido que demasiadas cosas han fallado tanto de las administraciones concernientes como del mismo instituto en el que cursaban sus estudios y al que había acudido, según ha explicado ella misma, la madre a quejarse en más de una ocasión. Eso, sin dejar de lado la hostilidad de otros jóvenes por la situación económica que padecían —la familia llegó hace dos años a la ciudad del Bages y vivían en un piso ocupado— y también por el cambio de género que estaba haciendo una de ellas.

Desde que se produjo la tragedia hemos escuchado muchas opiniones y en el debate han participado, con diferentes puntos de vista, representantes de las dos administraciones más afectadas, la municipal y la autonómica, expertos en este tipo de situaciones en el ámbito juvenil, compañeros de instituto, amigos y amigas de las víctimas, familiares, padres de alumnos que iban a la misma clase y un largo etcétera de personas. Ninguno ha sabido o ha podido contestar cómo puede ser posible que un caso de bullying de manual conocido tan ampliamente no despertara algo más que un mínimo interés por parte de las autoridades tanto políticas como policiales.

Hemos sabido, después de que se tratara de desviar del foco el acoso que padecían, que las jóvenes y la familia habían recibido ayuda por parte del centro educativo. También que otro niño había denunciado acoso por parte del mismo grupo de jóvenes que acosaba a las gemelas, por ser de Rumanía. Había algo más que indicios para que se hubiera disparado alguna alarma, encendido alguna preocupación, haber hecho un seguimiento más exhaustivo del problema. No se trata de responsabilizar a nadie, sino de concienciarse de que los protocolos quizás no son los suficientes para evitar nuevos casos, o que la coordinación no es la adecuada.

Porque ahora sabemos que la tragedia que se lamenta y por la que hay una enorme conmoción más allá de Sallent había dado muestras de ser un problema importante, no un caso anecdótico, como algunos pretendían hacernos creer. Evadir responsabilidades no es nunca una solución. El tratamiento informativo del suicidio ha sido siempre un tema enormemente delicado en base a la teoría de que a este tipo de noticias era mejor no darles publicidad. Quizás eran más planteamientos de otros tiempos en que la información circulaba solo a través de los periódicos de papel, la radio o la televisión. En el mundo actual, los debates se han de llevar a cabo con el máximo rigor pero con transparencia. Tratar de no hablar de ello solo conduce a esconder el problema y no a dar herramientas a cualquier persona que pueda necesitar ayuda.