Casi al unísono, los presidentes de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo, el luxemburgués Jean-Claude Juncker (democristiano) y el alemán Martin Schulz (socialdemócrata), han desvelado este lunes que no habían recibido al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, durante su visita a Bruselas y a otras ciudades belgas por razones de agenda, que es una manera diplomática de decir que no le habían recibido porque no habían querido hacerlo. ¿Y por qué no han querido? No hay que ser muy sagaz para saber como se actúa en el club de los 28 países de la Unión Europea: primera premisa, no desairar a ninguno de los socios, en este caso España. Si valen de algo los precedentes conocidos, la diplomacia española habrá hecho valer sus galones para cerrar cualquier puerta a un encuentro de esta naturaleza.

Así ha venido sucediendo desde 2013, cuando se celebró el último encuentro a alto nivel del entonces president de la Generalitat Artur Mas con dos vicepresidentes de la Comisión Europea. Después, el grifo se cerró y la Comisión Europea siempre ha dado una excusa de razones de agenda o similar para no recibir al president de Catalunya al más alto nivel. Que el proyecto soberanista incomoda a Bruselas es una obviedad. Juncker lo ha dicho en todas las ocasiones en que ha tenido que expresarse en público y su discurso no es muy diferente en privado. Además, al gobierno del PP le debe una ayuda sin fisuras cuando tuvo que apoyar su candidatura a la presidencia de la CE. O sea, hasta aquí todo normal.

El desliz de la Generalitat, en todo caso, ha sido ocultar que había intentado, de una manera oficial u oficiosa y con una relativa urgencia, que el president fuera recibido y no darle a la negativa, en cambio, un signo de normalidad. Y, por eso, alguien con mucha más experiencia les ha hecho pagar la novatada. Y ha abierto una vía fácil para la crítica. La diplomacia siempre han sido intereses y el interés de Bruselas está hoy con España. Y la Generalitat tiene que moverse en los márgenes que le deja el seguimiento permanente del Ministerio de Asuntos Exteriores a cada uno de sus movimientos. Como el último que reveló El Nacional a raíz de la visita del conseller Jordi Baiget a Miami, con un cónsul español rozando el ridículo para figurar en la mesa presidencial y tratando de modificar convenios entre las dos administraciones. Y es que detrás de las sonrisas de las reuniones públicas y las expresiones de diálogo, el trasfondo suele ser la mayoría de las veces muy diferente.