En otros momentos, las elecciones catalanas estarían dando mucho de sí, ya que tienen todos los ingredientes para ser, como fenómeno político, absolutamente eléctricas. Y, sin embargo, como si se tratara de un partido de fútbol, parece como si se hubiera apostado por bajar el balón al suelo y dormir el partido. Hay menos encuestas que nunca y, por ahora, una cierta apatía electoral que puede ser debido a una triple combinación: la súbita convocatoria de elecciones, la proximidad aún con las vacaciones de Semana Santa y que el próximo domingo, 21 de abril, se celebrarán también unos comicios trascendentales en el País Vasco, donde el PNV tiene un difícil reto de conservar la primera posición en la política vasca. También es posible que haya una cierta fatiga por tantos procesos electorales —municipales y españolas el año pasado— y por el hecho que en este rush electoral de este 2024, además de las vascas y las catalanas, aún faltarán las europeas convocadas para el mes de junio.

Pero lo cierto es que falta menos de un mes y no exagero si digo que hay más interés, o cuando menos el mismo, por las elecciones catalanas en Madrid que en Catalunya. A lo mejor, porque la polarización en la política española es tan grande que todo gira alrededor de las victorias o derrotas de Pedro Sánchez y que la cabeza del presidente del gobierno español parece estar siempre pendiendo de un hilo en la capital, tan acostumbrada como está a vender la piel del oso antes de cazarlo. Es verdad, no obstante, que el resultado electoral catalán del 12 de mayo tendrá repercusión en la política española, donde las frágiles alianzas en el Congreso de los Diputados están cosidas con un hilo tan endeble que puede romperse por cualquier sitio. Y esto lo saben en el PSOE y en el PP. Como también saben que las alianzas, si las hay, van a condicionar la duración de la legislatura.

El president Aragonès —confiado en su estrategia de lluvia fina de propuestas electorales casi a diario para generar debate y mantener posiciones— ha tirado los dados con el adelanto electoral; veremos, en la noche del día 12, quién recoge más restos desperdigados por el tablero político. Salvador Illa ha apostado por no arriesgar, una actitud clásica y conservadora de quien considera que va en cabeza. Su conferencia del jueves en el Museu Marítim reflejó este tono prudente y presidencial con el que está abordando la precampaña. Tiene a su favor el potente entramado municipal e institucional en Barcelona y en el cinturón y un acompañamiento importante de sindicatos y una parte nada desdeñable de la sociedad civil que comparte muchas de las críticas que se vierten al Govern. Hay quien piensa que la campaña se le hará larga —le pasó también a Jaume Collboni en Barcelona que en su pulso con Trias y Colau acabó tercero, cuando hubo momentos que iba primero— y que el hecho de que las predicciones le otorguen una victoria clara, pero no contundente, es una peligrosa arma de doble filo.

El resultado electoral catalán del 12 de mayo tendrá repercusión en la política española, donde las frágiles alianzas en el Congreso están cosidas con un hilo tan endeble que puede romperse por cualquier sitio

Aún no ha llegado ese momento de la campaña, que no será hasta la última semana, cuando, superada la apatía electoral actual, veremos el peso exacto de la fatiga ciudadana y a quién empujan los catalanes hacia el Palau de la Generalitat. Las campañas catalanas, si algo tienen, es que no interesan por igual a todas las franjas de electores, ni tampoco a todos los votantes por igual. Hay un mayor interés del votante catalanista que del españolista. Algo que tiene toda su lógica, ya que para los primeros las elecciones nacionales son las de aquí y son con las que se sienten más implicados a la hora de acudir a las urnas. Es evidente que la campaña más expuesta, en estas últimas semanas, es la de Carles Puigdemont. No sorprende que sea así, ya que su posición de partida no era la del ganador y es normal su apuesta por arriesgar e intentar llegar lo antes posible a disputar la victoria.

No está tan lejos que una encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), el organismo oficial de la Generalitat, le vaticinaba el 20 de noviembre la tercera posición, a una distancia aparentemente inabarcable del PSC. Hoy nadie comparte este pronóstico, lo que explica una corriente profunda de trasvase de voto que habrá que ver cómo se acaba asentando y cuándo, algo que no será ajeno al ritmo de campaña.