Los medios de comunicación y muy especialmente las televisiones tienen estas cosas: una buena sucesión de imágenes puede acabar llenando una visita como la de este fin de semana del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a Madrid. El tema no es que fuera un viaje exprés, cosa comprensible después de los luctuosos sucesos de Dallas en que cinco policías murieron a manos de un francotirador durante una manifestación de protesta racial. La cuestión es que durante el tiempo que ha permanecido en Madrid, el presidente de Estados Unidos ha priorizado sus encuentros con el personal de la embajada de la calle Serrano y el millar de militares residentes en la base norteamericana de Rota, antes que las reuniones con las autoridades españolas. A los primeros les dedicó un concentrado de alrededor de cinco horas y a los segundos, tan solo la mitad del tiempo.

Habrá que reconocer que la histórica visita –quince años sin que un presidente pisara suelo español– ha zanjado una anomalía con un socio europeo, sea del tamaño que sea. Pero no deja de tener un cierto aire provinciano poner el acento en la importancia de la visita exprés. Porque si se quiere ir al detalle, quizás habrá que preguntarse por qué el sábado prefirió cenar con su embajador en Madrid y el domingo almorzar con el personal de su embajada antes de dedicar alguno de los dos momentos a reunirse con el Rey o el presidente del gobierno. Y tampoco suele ser tan normal que los tres dirigentes políticos españoles fuera del presidente en funciones, o sea Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, tuvieran tan solo entre cinco y diez minutos para reunirse con Obama. Cuando en 1990 el entonces president de la Generalitat, Jordi Pujol, se reunió con el president George Bush en la Casa Blanca durante un tiempo similar y se puso el acento en que había sido una photo opportunity. Pues eso.

De la visita a Madrid no quedaran acuerdos políticos ni noticias de relevancia. Pero sí hemos visto como el mandatario estadounidense recibía un jamón de Rajoy con jamonero y cuchillo de cortar incluido, una versión del Quijote en inglés obsequio del Rey y un libro de Pablo Iglesias sobre los voluntarios norteamericanos en la Guerra Civil con faltas de ortografía en la dedicatoria incluidas. Con los regalos bajo el brazo se fue hacia Rota. Villar del Río, el municipio de Berlanga y Mr. Marshall, no ha sido exactamente Madrid, pero la capital española tampoco ha recibido el trato que el presidente de EE.UU. hubiera concedido a Berlín, Londres, París o Roma. Y eso no es culpa de que haya un gobierno en funciones.