Vayan por delante dos cosas: no concibo mejor instrumento para realizar una actividad política que el gobierno de tu país y, por tanto, me cuesta entender la decisión de Junts per Catalunya de romper el Govern de la Generalitat cuando solo había transcurrido un año y medio de legislatura. Decía el político democristiano Giulio Andreotti, siete veces primer ministro italiano, con intervalos entre los años 1972 y 1992, que el poder desgasta solo a quien no lo posee. La frase es del siglo pasado, pero no veo qué ha cambiado que haga que en el siglo XXI sea diferente.

En segundo lugar, el president Pere Aragonès es un presidente legítimo y erran los que predican lo contrario. El Parlament es la única instancia democrática que concede o quita legitimidad, no las declaraciones en los medios de comunicación, ni los tuits o cualquier otro mensaje en las redes sociales. El Estatut y el reglament del Parlament establecen la celebración de unas elecciones o la aprobación de una moción de censura como únicos instrumentos que pueden dejar al president sin la autoridad que goza desde su investidura. Salirse de este marco no ayuda a reforzar las instituciones.

Hecho este preámbulo que considero necesario, Esquerra tampoco puede esconder a partir de ahora la cabeza debajo del ala. Ha intentado desde antes del verano, con insistencia, cuando se empezó a especular que Xavier Trias podría ser el candidato a la alcaldía de Barcelona, forzar la salida de Junts del Govern; y el partido de Borràs y Turull acabó mordiendo el anzuelo. Lo que no puede pretender el president Aragonès es expulsarlos del Ejecutivo —hizo una negociación de la crisis que no ayudó a sostener el gobierno de coalición y todo el mundo lo sabe— y que una vez fuera realicen una oposición de guante de seda, que vayan aprobándole proyectos legislativos como si nada hubiera pasado.

Eso no pasará y Aragonès ya puede abrir el compás si quiere algún balón de oxígeno que bloquee la celebración de elecciones en los próximos meses. Tendrá que pactar con el PSC sí o sí, porque la aritmética no permite otra gestión de la actual minoría parlamentaria en el Govern de 33 diputados y faltan muchos hasta la mayoría absoluta de 68 parlamentarios. Seamos claros: la única geometría variable posible actualmente es con el PSC. Los comunes pueden ser una muleta, como lo han sido hasta la fecha, pero nada más. Y las relaciones entre ERC y la CUP no permiten pensar en grandes acuerdos, ya que fue el primer partido que se distanció de Aragonès y con el que ha incumplido el acuerdo de moción de confianza a media legislatura.

El socialista Salvador Illa, por tanto, ya está en la pista de baile esperando y sabiendo que la ruptura gubernamental le deja como única pareja posible y con todas las cartas de la baraja en su mano: desde ayudar, a romper. Sus movimientos sabe que no han de ser drásticos ni rápidos, ya ha tendido la mano para el abrazo del oso y solo le falta esperar a recoger los frutos. Es Esquerra quien tiene que decidir cosas, como por ejemplo, si prorroga los presupuestos con el corsé que ello supone en un año con elecciones municipales en mayo o cede al PSC la bandera de la estabilidad política en Catalunya. Seguramente, Esquerra no ha llegado hasta aquí en su distanciamiento público del PSC —que no, obviamente, del PSOE en Madrid— para ahora dar un paso atrás.

El primer aperitivo de esta nueva y compleja situación política se visualizará el próximo miércoles cuando Aragonès comparecerá para dar cuenta de la remodelación de su gobierno. Será una pequeña cata de algo más de una hora, pero a buen seguro dará alguna idea del rumbo político de los próximos meses.