La decisión de cesar a Luis Enrique como seleccionador del combinado español tras el fracaso del mundial de Qatar -donde su equipo perdió a los penaltis frente a Marruecos en octavos de final- es perfectamente comprensible ya que es el camino que han seguido hasta la fecha los entrenadores de selecciones como Alemania o Bélgica, que también han tenido que abandonar precipitadamente la sede del mundial de fútbol tras caer eliminados. El mundial es una competición planetaria demasiado importante. No cabe un análisis frío de cual es la situación del futbol español y del balance de los años que el hasta ahora seleccionador ha estado al frente del equipo.

Pero todos los aficionados al fútbol sabemos que Luis Enrique estaba sentenciado desde que empezó el campeonato. Tuvo la osadía de confeccionar el esqueleto del equipo con jugadores del Fútbol Club Barcelona y ello, unido a su indómito carácter que le ha llevado a enfrentarse a alguno de los tótems periodísticos de Madrid, le situó en el objetivo de la mayor parte de los medios de comunicación estatales, que como auténticos depredadores han ido a por él. Luis Enrique no les daba entrevistas, ironizaba sobre sus conocimientos futbolísticos, y prefirió crear un canal de Twitch antes que ir a sus estudios en la capital española, donde se da por descontado que el seleccionador tiene que rendir pleitesía.

He seguido con una cierta curiosidad como españolazos robustos, de sentimiento patrio encendido, anteponían durante estos meses esta animadversión al entrenador para ir contra la selección española. La roja llegó a Qatar con un mar de fondo casi irrespirable. Solo un entrenador que conoce lo que es la auténtica tragedia personal podía ser capaz de superarlo, de plantar cara a diario a los que le denigraban e insultaban, de defender a su grupo de jugadores y, finalmente, de despreciar a los que iban a por él por su pasado blaugrana y su reconocido alejamiento del Madrid, equipo que abandonó en 1996 para fichar por el Barça.

El anticatalanismo se expresa de muchas maneras y el futbol también es una de ellas. La más masiva por tratarse de un deporte donde el impacto de los mensajes acaba llegando a rincones donde la política no llega nunca. Viendo cómo Luis Enrique resistía esta presión y hacía literalmente lo que le ha dado la gana, se ha ganado la simpatía de algunos que nos considerábamos muy distantes de su manera de hacer las cosas. Ese es su mérito: ha luchado, con uñas y dientes, dentro y fuera del campo; y ha caído como ha querido. Así, seguro, levantarse le costará menos.