Ha bastado, simplemente, que el president Carles Puigdemont enseñara la patita a través de un escrito hablando sobre los contactos mantenidos con gente del PSOE que ha viajado hasta Bélgica para ofrecerle reformar el Código Penal y un indulto previo paso por el Tribunal Supremo, y que haya puesto como conocedor de esta relación a Pedro Sánchez, para que la Moncloa haya entrado en modo pánico. Porque claro que ha habido contactos, y no de personajes de segundo nivel. Otra cosa es que no haya prosperado ninguna de las iniciativas, al rechazar siempre, y de modo tajante, Puigdemont "soluciones felices" que no aborden el conflicto político con el estado español y que se queden en el ámbito de una solución estrictamente personal. Sánchez, que ha participado en una cumbre hispano-portuguesa este viernes, en Viana do Castelo, al norte de Portugal, lejos de zanjar el tema con una respuesta definitiva, se ha refugiado en que no sabe todo lo que hace el PSOE y ha evitado decir que Puigdemont mentía como le inquiría un periodista.

Ha sido la primera respuesta del presidente del gobierno español después de que, coincidiendo con el quinto aniversario de la marcha camino del exilio de Carles Puigdemont, el president hiciera pública desde la sede del Consell de la República en Waterloo un envite directo a Pedro Sánchez. Era la primera vez que hablaba de un tema que sin ser tabú, por discreción ha estado siempre en un segundo plano informativo. Lo hubiera podido desvelar en otro momento pero siempre optó por no darle realce informativo en aras, quizás, a que los socialistas acabaran haciendo una propuesta política con cara y ojos. Algo debe haber sucedido por en medio, no necesariamente relacionado con los contactos, ya que la actividad política aquí y en el Parlamento Europeo tiene múltiples vericuetos, para que ahora se haya situado en primer plano y diera pie al ya famoso escrito que, lógicamente, el Partido Popular en pleno debate sobre el delito de sedición y su reducción esté aprovechando al máximo.

Dice Puigdemont en su escrito de once párrafos del pasado día 30 lo siguiente: "En estos cinco años no he buscado ninguna solución personal, ni he pedido a nadie que lo hiciera en mi nombre; no he buscado de qué manera pasaría menos años en una prisión española, ni he esperado para mí los beneficios que se aplican a otros. Sobre esta cuestión he sido explícito en público y en privado, ante todos los interlocutores que se me han dirigido para proponerme 'soluciones felices'. También a gente del PSOE que diversas veces me ha venido a ver para generar expectativas de un buen trato, vía reforma del código penal y un indulto. Siempre y cuando, claro, acepte comparecer ante el Supremo. Seguro que Pedro Sánchez sabe de qué hablo". Y ahí lo dejó.

Obviamente, no va a volver a la nevera este final de "Pedro Sánchez sabe de qué hablo" si Puigdemont no quiere. Entiéndase así la cautela de un Sánchez más que conocedor de estos contactos y nada interesado en que el president haga público desde su exilio comentarios más detallados. Porque es obvio que el presidente español estuvo informado antes de su celebración, e informado después de que tuvieran lugar las visitas a Bélgica de "socialistas con galones". Otra cosa es que, situados en la resistencia del Partido Popular a renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), como le toca por la Constitución desde hace cuatro años, se haya introducido como una excusa la modificación del delito de sedición que negocian el PSOE y Esquerra, y que, por cierto, Puigdemont rechaza de plano y su formación política, Junts per Catalunya, no se ha sentado a negociarlo con la Moncloa y con el Ministerio de Justicia.