La reelección de Iñigo Urkullu como lehendakari y el acuerdo de gobierno firmado con el PSE viene a cerrar durante los próximos cuatro años cualquier avance muy significativo de la autonomía vasca y, por el contrario, confirma la apuesta decidida por priorizar el imprescindible apoyo del Estado en las embestidas que sufrirá el gobierno vasco por parte de la Comisión Europea en lo que respecta a la supervivencia del concierto económico y el cupo. El PNV ha escogido una vía aparentemente segura para contar con la mayor complicidad posible tanto por parte del gobierno del PP como del PSOE –otra cosa son Ciudadanos– en lo que presume el nacionalismo vasco que puede ser la gran dificultad de la legislatura y que no es otra que la Comisión Europea quiera acabar con la singularidad que supone en Europa el caso del País Vasco.

Ha habido en los últimos tiempos varias advertencias desde Bruselas y, hasta el momento, el gobierno vasco siempre ha conseguido zafarse de la presión comunitaria. Ante la posibilidad que dejó el mapa electoral vasco de una alianza soberanista del PNV –28 escaños de los 75 del Parlamento– con Bildu –segunda fuerza política, con 18 escaños– su apuesta ha sido mantener las alianzas históricas del nacionalismo vasco con los socialistas –cuarta fuerza con 9 escaños–, algo que se ha producido en muchos momentos de los últimos 38 años en Euskadi. Si en algún momento se tiene que reforzar esta mayoría el PNV sabe que cuenta con los votos de los populares, quinta y última fuerza política también con nueve actas.

Durante muchos años la política catalana, muy especialmente la nacionalista, ha tenido en el País Vasco un referente que era observado con muchísima atención. En los últimos años es evidente que, en parte por necesidades diferentes, los dos nacionalismos han tomado caminos diferentes. El moderado aparece como el radical y el radical como el moderado. Los tiempos de Arzalluz o Ibarretxe han pasado a mejor vida. Por ello al PDECat y a ERC les incomoda la actitud del PNV y al PNV la del PDECat y Esquerra. Se preserva al máximo, eso sí, una actitud de gran afecto personal entre ambas formaciones y por ello el president de la Generalitat estará presente el sábado en el acto de toma de posesión de Urkullu en Gernika. Pero sabiendo que la política de Catalunya y Euskadi son, hoy por hoy, dos mundos diferentes.