Lo más paradójico y preocupante de la conferencia de prensa del presidente Pedro Sánchez tras su largo encuentro con el president Pere Aragonès es que no fue capaz de poner una única propuesta política para desencallar el conflicto entre España y Catalunya. Ni una sola. Solo tópicos, como la agenda del reencuentro, un horizonte con tres prioridades -superación de la pandemia, recuperación económica y fondos europeos-, la reiteración sobre la necesidad de escucharnos y una tópica frase extraída del poemario de Salvador Espriu, La pell de brau.

Esa actitud timorata de Sánchez se correspondió muy poco con los esfuerzos ingentes de Aragonès para dotar de contenido y de relieve político la visita de un presidente del gobierno español a la Generalitat y, sobre todo, dar el mayor impulso posible a la mesa de diálogo, negociación y acuerdo que se reunió al acabar este encuentro, conformada por ministros y consellers (solo de Esquerra).

El inicio del diálogo entre los dos gobiernos tuvo un arranque complicado por la crisis entre Esquerra y Junts de la víspera. Pedro Sánchez también se aprovechó de ello y no perdió la ocasión de hurgar en heridas antiguas como la ampliación del aeropuerto del Prat. Debe ser el primer presidente del gobierno español que más que prometer una lluvia de millones para Catalunya se atrinchera explicando por qué forzó él personalmente la retirada de la inversión de 1.700 millones del Prat: "No existe una posición madura por parte del Govern", que viene a querer decir que el proyecto no es otra cosa que un lo tomas o lo dejas. Lo que, dicho desde el Palau de la Generalitat, no deja de ser un síntoma. Como también su explicación sobre las expectativas de la mesa y el tiempo para que hubiera resultados: "Sin prisa, sin pausa y sin plazos".

Las explicaciones de Sánchez y Aragonès permitieron constatar una obviedad: la distancia entre ambas posiciones. El primero, con una resistencia numantina a salirse del guión autonómico, con un cierto aire rajoyano al puntualizar todo aquello de que las decisiones sobre Catalunya competen a todos los españoles; y, el segundo, con una persistencia encomiable al insistir en referéndum, amnistía y autodeterminación. No sería preocupante la distancia en el inicio de una negociación sino fuera porque la posición española en estos temas no es en ningún caso negociadora sino intransigente. El hecho de que no haya una metodología establecida ni tampoco un calendario explica también los recelos del gobierno español a salirse del marco preestablecido de la agenda del reencuentro.

Superado este escollo de la primera reunión que explicaron las dos delegaciones -Yolanda Díaz. Miquel Iceta, Félix Bolanos e Isabel Rodríguez por parte del gobierno español y Laura Vilagrà y Roger Torrent, en nombre del Govern- en sendos comunicados de prensa que expresaban sus diferencias, será importante conocer ahora qué metodología se fija y también su calendario. En la mesa anterior del president Torra se estableció un calendario mensual que nunca se llevó a cabo ya que a la reunión en la Moncloa no le siguió ninguna otra. Ahora, este no es el propósito pero la idea de que se le puede pegar una patada a la pelota hasta Navidades parece una velocidad de caracol habida cuenta de la magnitud del problema.