En menos de 24 horas, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, y la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, se han lanzado abiertamente contra TV3 situando en el foco de los trofeos que aún no ha conquistado el Ejecutivo popular a los medios públicos catalanes. Rajoy ha reconocido que ya le hubiera gustado que el artículo 155 hubiera servido para ello pero la oposición del PSOE lo impidió. Cospedal ha sido más contundente señalando directamente que TV3 "había dejado de ser un medio de comunicación social" para pasar a ser "un medio de propaganda política y de manipulación". Un modelo de televisión que califica de "auténtica vergüenza". 

Más allá de la opinión que cada uno pueda tener sobre TV3 y de los errores puntuales que se hayan podido producir, los datos, que son públicos, respecto a la pluralidad existente en la cadena desmienten estas afirmaciones tan categóricas y tan sesgadas. Ninguna otra televisión pública, y mucho menos Televisión Española (TVE), puede exhibir estándares de presencia de la oposición mejores que la cadena catalana. Entonces ¿por qué se produce este debate? Bien sencillo. Como en el caso de las acusaciones de rebelión o de sedición en el referéndum del 1 de octubre o con motivo de la declaración de independencia se trata de ganar la posición en el relato ante la opinión pública. Es obvio que ni Rajoy ni Cospedal ven TV3 pero hablan de la cadena con una contundencia que, de la manera que se expresan, uno podría llegar a pensar que es su principal cadena de televisión.

Hace ya tiempo que en el marco de una decidida voluntad de rebajar la identidad catalana, el peso de su lengua propia y el paupérrimo poder que posee Catalunya se decidió atenazar hasta donde fuera posible a la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (CCMA) que engloba a TV3 y Catalunya Ràdio. Para ello se adoptaron dos decisiones: la asfixia financiera y la manipulación del trabajo que realizan sus profesionales. Ambas a la vez y coordinadamente. Lo cierto es que el ahogo económico a través del ministro Cristóbal Montoro no es ninguna broma y la programación se está viendo seriamente alterada -con un riesgo claro de que descienda el share de la cadena- y el permanente discurso contra TV3 ha calado en muchos sectores de la opinión pública española. Lo mismo se hizo con los Mossos, mediante la infame campaña de descrédito que se inició después del éxito de la policía catalana en la desarticulación del comando terrorista que atentó en Barcelona y Cambrils el pasado mes de agosto.

Al final, desmantelar progresivamente las que podrían ser consideradas estructuras de estado es el objetivo final. La televisión y la policía son dos de ellas. Y tanto una como otra no tienen ni mucho menos una valoración baja entre los catalanes. Ahí es donde más duele. Por eso hay que inventarse una novela, sabiendo sobre todo que los propagandistas están ya preparados y que la verdad será lo primero que quedará a un lado.