Cuatro días. Incluso algunas horas menos. Este es el tiempo transcurrido entre la conferencia del president de la Generalitat en Madrid (lunes), el acuerdo del Govern de la Generalitat de pedir al Gobierno español el inicio de negociaciones para la celebración del referéndum (martes), la carta del president Carles Puigdemont al presidente Mariano Rajoy señalándole que había llegado el momento de negociar (miércoles) y la respuesta fulminante y seca, también por escrito, de Rajoy a Puigdemont recordándole sus obligaciones como representante del Estado en Catalunya y advirtiéndole que lo que intenta llevar a cabo es una amenaza a la convivencia y al orden constitucional (jueves). No se esperaba ningún movimiento imprevisto de Rajoy pero sí se creía que la respuesta del Palacio de la Moncloa se demoraría unos cuantos días. No ha sido así y antes de que haya finalizado el mes de mayo ha quedado finiquitada cualquier posibilidad de sentarse en una mesa a hablar y a dialogar.

La pelota vuelve a los partidos catalanes y de una manera muy especial a los partidos independentistas y al gobierno catalán. Y lo hace con un relato perfectamente definido ya en ambos bandos. En el que expresa un deseo amplio de la sociedad catalana reflejado en la petición de un referéndum habiendo cuajado la idea de que el debate era sobre todo de democracia, de derecho a votar y decidir el futuro. En la banda baja de todas las encuestas, el 75% de los catalanes defienden la opción de un referéndum acordado. Se da la paradoja, seguramente muy difícil de entender fuera de Catalunya, de que en el congreso que celebrará Ciudadanos para elegir a su líder en Catalunya frente a Inés Arrimadas compite un candidato partidario del referéndum. Eso es Catalunya: la defensa de la democracia de las urnas más que el mantra de una amenaza a la convivencia.

El relato del Gobierno español viene marcado por dos hechos antagónicos: por un lado, la reiteración gubernamental en todos los foros de que se está perpetrando un golpe de Estado. Cuesta, sin duda, asemejar urnas (que no armas) a golpe de Estado aunque es evidente que la maquinaria propagandística no pierde ocasión de insistir en ello y situar a Rajoy como garante de la unidad de España. Es ahí, cuando entra Pedro Sánchez, el retornado secretario general del PSOE y el único que puede sacar a Rajoy de la Moncloa si fuera capaz de aglutinar una mayoría parlamentaria. Es muy, muy difícil. Pero el PP necesita cerrar cualquier opción de diálogo del renacido Sánchez con el independentismo catalán, abrazar a Sánchez hasta ahogarlo y dejarle sin oxígeno para una negociación. Y convocar elecciones españolas lo más rápidamente que pueda con la unidad de España como único mensaje.

Rajoy, animado por su partido y por los grupos mediáticos españoles que tantos errores han cometido a lo largo de la historia, puede haber desaprovechado una oportunidad importante para el acuerdo. Como fue tiempo atrás el Estatut y más tarde el pacto fiscal. Pero en Madrid demasiada gente no quiere pactar. Quiere ganar. Y, a ser posible, arrasar.