Un año después de que Carles Puigdemont y la mitad de su Govern llegaran a Bruselas para iniciar un exilio de varios años, proseguir desde diversas capitales europeas la internacionalización del conflicto catalán y evitar la prisión provisional a la que injustamente ha sometido el juez Pablo Llarena a los líderes del proceso independentista, el president ha vuelto al Palau de la Generalitat. Exactamente, al Saló Sant Jordi, el más noble del Palau y el utilizado para las principales celebraciones, como, por ejemplo, la toma de posesión de los presidentes de la Generalitat. Obviamente, fue un Puigdemont virtual el que habló a los presentes a través de una pantalla gigante que conectaba con Bruselas con motivo de la presentación en sociedad del Consell per la República. Lo mismo hizo el conseller Toni Comín, igualmente exiliado en Bruselas, y que le acompañará en la puesta en marcha de este organismo.

No se acaban aquí las peculiaridades de la vuelta de Puigdemont al Palau. Así, por ejemplo, la pantalla que se desplegó en la sala y desde la que se dirigió a los presentes se situaba justo delante de un cuadro tapado hace años por la Generalitat ―creo que fue bajo la presidencia de Artur Mas― en el que aparecen pintados al óleo el hoy rey emérito, Juan Carlos I, y un joven Felipe VI, entonces príncipe de Asturias. El cuadro, supuestamente, está detrás de una inmensa cortina de terciopelo que se desplegó en el centro de la pared que da justamente a la plaza de Sant Jaume. O igual no está. Nadie suele confirmar nunca este extremo. No deja de ser curioso, y también significativo, que Felipe VI esté oculto y retirado, envuelto entre sábanas, en el salón que presidia junto a su padre hace muy pocos años, y que el president Puigdemont pueda desde la libre Bélgica hablar a través de una pantalla y explicar los pasos que se van a dar para avanzar hacia la república.

Bien se puede decir que es la torna, la vuelta, del discurso del 3 de octubre. El Rey, ausente de Catalunya, sin agenda después de los incidentes que ha tenido en sus visitas, y Puigdemont, al que la justicia española ha querido y no ha podido meter entre rejas, respondiendo agradecido a los aplausos de un Saló Sant Jordi de pie en un gesto de unidad de los que últimamente tan falto está el independentismo.

Lo cierto es que la voz y la imagen de Puigdemont se oía y se veía por primera vez en el Palau de la Generalitat desde el 27 de octubre del pasado año en que compareció con todo el Govern para comunicar que no había recibido las garantías suficientes de Mariano Rajoy de que no se aplicaría el 155 y, en consecuencia, quedaba descartada la convocatoria electoral y el Parlament aprobaría horas más tarde la Declaración de Independencia de Catalunya. El resto de la historia es conocido.