Las declaraciones del president Quim Torra descartando la celebración de elecciones en Catalunya como respuesta a la sentencia que emita el Tribunal Supremo sobre los presos políticos catalanes juzgados por los hechos de septiembre y octubre de 2017 suena, por ahora, exclusivamente a un movimiento voluntarista. Quizás, la combinación de las manifestaciones de Torra unidas a las de Jordi Sànchez, desde la prisión de Lledoners, señalando que si la sentencia es condenatoria el independentismo tiene que ser capaz de parar el país y salir a la calle a protestar indefinidamente pueden dar una pista, pero es mucho suponer.

Entre otras cosas, porque si bien es cierto que la potestad para convocar elecciones es responsabilidad exclusiva del president de la Generalitat, cuesta de ver, hoy por hoy, las mayorías parlamentarias para sacar adelante proyectos legislativos con los partidos en fase de calentamiento de motores para ir a las urnas a finales de este año o principios del 2020. La rapidez, por ejemplo, de Joan Tardà recordándole a Torra que para una decisión como esta tiene que contar con ERC, como socio de gobierno, es cuando menos un reproche del dirigente republicano.

No hay tampoco ningún indicio de que el resto de partidos catalanes apuesten por alargar la legislatura. Para que Torra pudiera llevar a cabo su propósito harían falta, al menos, una de las dos condiciones siguientes y mejor ambas: la primera, un acuerdo total del independentismo ―y a ser posible también de los comunes― sobre la agenda a implementar tras el fallo del Supremo, algo que hoy está muy lejos de ser así. La mesa de partidos y entidades de Ginebra y el Consell de la República trabajan en ello desde hace semanas con una cierta discreción y con una aparente sintonía entre Carles Puigdemont y Marta Rovira. Pero ni uno ni otro son organismos que reúnan a todos los actores independentistas.

En segundo lugar, ¿cómo se mantiene una agenda legislativa con la precariedad parlamentaria actual? Veremos si la asamblea de la CUP de este domingo abre alguna vía, pero suena a algo muy remoto. Sin la CUP implicándose y con los comunes especulando y sin comprometerse pensar en un golpe de efecto como sacar adelante los presupuestos suena a algo imposible. A menos de que la parálisis de la política española no permita una auténtica carambola. Hoy, una auténtica quimera.