Con la discreción y el silencio de quien se sabe muerto hace mucho tiempo, este sábado anunció su disolución el PDeCAT, la formación fundada en 2016 y heredera en su origen de Convergència Democràtica de Catalunya. No ha habido un proyecto político en Catalunya peor gestionado desde su origen e incapaz de recoger bajo aquellas siglas todo el capital político que acumulaba y con una fuerza municipal excepcional. Primero, la bisoñez de sus dirigentes —aquella efímera Marta Pascal—, después, la incapacidad para reconocerle a Carles Puigdemont su liderazgo y, más tarde, la inadaptación a la Catalunya cambiante hacia el soberanismo como nuevo concepto político.

Fue el PDeCAT desde su origen un partido extraño. Los que mandaban realmente —llámense Carles Puigdemont, Artur Mas, Xavier Trias, Jordi Turull, Josep Rull, Quim Forn y tantos otros— no ejercían el poder en la organización y los que estaban al frente eran meros gestores sin predicamento político alguno. El verdadero problema fue cuando estos últimos se creyeron poseedores del partido y los dirigentes reconocibles por la opinión pública tuvieron que irse, muchos de los cuales acabarían fundando Junts per Catalunya. De hecho, allí están ya todos menos Mas, que tampoco es descartable que dé el paso en cualquier momento.

Su gran momento político fue en mayo de 2018, con Pascal al frente de la organización, que decantó el partido hacia la moción de censura a Mariano Rajoy y facilitó a Pedro Sánchez los votos necesarios para llegar a la Moncloa. Los ocho diputados del PDeCAT fueron determinantes, en una situación aritmética no muy diferente a la actual. Este escenario le dio prestancia y colorido durante un tiempo en los medios de comunicación y les ayudó a transitar en su declive, que ya se anunciaba a todas luces irreversible. En coma y con ayuda asistida —en todos los aspectos— pasó artificialmente por las elecciones catalanas de 2021, en las que sacó cero diputados, y por las generales del pasado 23 de julio, donde volvió a dejar su marcador de diputados sin estrenar.

Ahora que el mapa político de partidos en Catalunya tiende a aclararse, todos estos experimentos, desde el PDeCAT hasta Valents, Lliures o el Partit Nacionalista de Catalunya —y seguro que me olvido algún grupúsculo más— es muy probable que dejen de existir. Y que no reciban ninguna ayuda especial para concurrir a las elecciones y dispersar el voto de Junts, porque, al final, el objetivo era chupar electores de la formación de Carles Puigdemont. No había vía para esa supuesta tercera vía y algunos aún no lo han entendido pese a las derrotas acumuladas hasta alcanzar la irrelevancia electoral más absoluta. En cualquier caso, sigue siendo un reto para Junts hacer honor a su nombre y ser el contenedor de mayores sensibilidades políticas que hasta la fecha.