Una de las cosas que deben aprender los nuevos dirigentes del Partit Demòcrata Català es que la política no la han de hacer mirando cómo engañar a Esquerra Republicana o cogiendo a sus dirigentes en un renuncio. Han pasado los tiempos de la hegemonía convergente en la política catalana y la herencia que han recibido el equipo que coordinan Marta Pascal y David Bonvehí bajo la supervisión de Artur Mas y Neus Munté es de una complejidad enorme. Si se tratara de un puzle se podría decir que casi todas las piezas están mal colocadas en este inicio de partida y que los responsables del PDC han de saber que inician su andadura con el viento de frente y, por tanto, sus aciertos puntuarán la mitad y sus errores castigarán el doble.

El PDC y Esquerra tienen por delante un reto gigantesco que se concreta en una candidatura electoral conjunta en el Parlament (Junts pel Sí), un gobierno de coalición, un reparto equilibrado de carteras y unos compromisos legislativos con la ciudadanía. Por mutuo acuerdo, este esquema no se ha repetido en las dos elecciones que se han celebrado a Cortes el pasado 20 de diciembre y, de nuevo, el 26 de junio. En los dos comicios ha ganado En Comú Podem y Esquerra se ha asegurado la segunda plaza. En ambas elecciones quien lo ha pasado peor ha sido Convergència, que ha continuado su retroceso electoral. En estas últimas, además, ha perdido el grupo parlamentario tanto en el Congreso como en el Senado.

Como resultado de todo ello, sus ocho diputados y sus cuatro senadores estarán en el grupo mixto. El último movimiento para que estos parlamentarios estuvieran en el grupo de Esquerra Republicana carecía de lógica política una vez ambos partidos concurrieron a los comicios separadamente. Dicho en plata, sonaba a impostado cualquier acuerdo que pudieran alcanzar y que en ambos partidos se veía con reticencia. Ha hecho bien Joan Tardà con señalarlo en público y también Marta Pascal en cortar de raíz un estúpido debate que hubiera acabado siendo el asunto recurrente del verano.