La decisión por unanimidad del Tribunal Supremo del Reino Unido dictaminando que el Parlamento de Escocia no tiene competencias para convocar un segundo referéndum de independencia está siendo utilizada —no es ninguna sorpresa— para negar el derecho de los catalanes a un referéndum, en este caso, acordado entre Madrid y Barcelona. Y lo cierto es que, demagogia al margen, la decisión de Londres y las de Madrid se parecen como un huevo a una castaña y que los tribunales ingleses dan incluso una lección también cuando dicen que no.

Lo más significativo de todo es que el TS del Reino Unido no niega la mayor: un referéndum para separar Escocia de Gran Bretaña es perfectamente válido pero se tienen que respetar unos determinados pasos. El más importante, que lo acuerden, como hicieron el primer ministro británico David Cameron y el escocés Alex Salmond en 2012 para la consulta que se celebró en septiembre de 2013, y que posteriormente sea ratificado por el Parlamento de Westminster. Nada tienen a decir los tribunales si hay un acuerdo y la decisión queda circunscrita a un pacto político entre los dos gobiernos. De hecho, la situación no es muy diferente a la del Canadá tras el acuerdo de claridad que permite un referéndum de independencia el Quebec en determinadas condiciones.  

Al mismo tiempo, aunque la decisión del Supremo era previsible desde el momento en que se anunció la celeridad con que iba a dar respuesta a la petición del Parlamento de Holyrood, la primera primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, y su partido, el Scottish National Party, deberán encajar el revés sufrido. Presionando a Londres, que se niega de todas todas a un acuerdo como el de 2012 entre el actual premier británico, Rishi Sunak, conservador y nuevo en el cargo desde el pasado 25 de octubre, y Sturgeon. Los innumerables problemas que tienen los conservadores hacen más que seguro que Sunak no se moverá de la posición actual que, por otro lado, es similar a la de sus dos antecesores, Elizabeth Truss y Boris Johnson. Obviamente, muchas cosas han cambiado desde 2012, pero es evidente que la decisión y el coraje de Cameron, también sus valores democráticos, se han hecho, con el paso del tiempo, mucho más relevantes.

La reacción de Sturgeon asegurando que la respuesta del Supremo es válida y la vía hacia la independencia tiene que ser legal encaja perfectamente con la confianza existente en Escocia en que la politica es la vía para resolver los desencuentros que se produzcan. En esta línea, Sturgeon planteará las próximas elecciones al Parlamento de Holyrood como un respaldo a la voluntad de los escoceses a celebrar un referéndum de independencia, un camino que el independentismo catalán ya hizo en las elecciones al Parlament de 2014 con la candidatura de Junts pel Sí y que el entonces president Artur Mas planteó como unos comicios plebiscitarios.

Aunque los caminos de Escocia y Catalunya son diferentes, el objetivo de ambas naciones es el mismo. Los catalanes no solo hemos de mirar con simpatía los movimientos de Edimburgo, sino que los pasos que den nos servirán para propiciar una mayor sensibilización de Europa en los procesos de independencia en una batalla que, en parte, es compartida. La perseverancia aparece en todo caso como el camino imprescindible para alcanzar el necesario reconocimiento internacional y la legítima reivindicación del derecho a la autodeterminación.