Desde la manifestación del Onze de Setembre del 2012, la celebración de la Diada ha estado vinculada principalmente año a año a la respuesta ciudadana en defensa, primero, de un Estado propio, y más tarde de la independencia de Catalunya. La Diada ha actuado como catalizadora del curso político y la ANC y Òmnium, como organizadores de las manifestaciones, se han convertido en actores imprescindibles para conocer la historia de la Catalunya reciente. Tanto es así que la expresidenta de la ANC es hoy la presidenta del Parlament –el segundo puesto en el protocolo– y está en el punto de mira del gobierno español y del Tribunal Constitucional después de la aprobación por parte de los diputados de la Cámara catalana de las conclusiones de la Comissió del Procés Constituent.

Por todo ello, la manifestación del Onze de Setembre impone respeto a los organizadores, para mantener el alto nivel de éxito conseguido en las cuatro concentraciones celebradas desde 2012, y preocupa sobremanera al gobierno español y a los partidos unionistas que rechazan los planteamientos secesionistas. Unos y otros saben que es el gran escaparate al mundo de todo el proceso político catalán.

Este año, los organizadores han planteado, con todo lo complejo y problemático que es, una Diada descentralizada con concentraciones en Barcelona, Tarragona, Lleida, Berga y Salt. Este jueves, en la presentación celebrada en Lleida, se ha insistido en esta idea y se han dado todos los detalles. Los organizadores han priorizado la imagen de una manifestación con cinco escenarios diferentes sacrificando, en parte, el efecto masivo de las concentraciones emblemáticas anteriores.

En la propia ANC hubo más de una duda sobre la dispersión del mundo independentista en diferentes ciudades, en un momento que la imagen de los manifestantes en la calle va a ser escudriñada con lupa. Porque va a ser la quinta y el curso político se presenta muy incierto. Por eso la ANC y Òmnium más que defender un modelo u otro de acto necesitan asegurarse el éxito.