Unas horas antes de que El Nacional avanzara que los presos políticos confinados en Lledoners, Puig de les Basses y Mas d'Enric emprenderían camino hacia Madrid el próximo día 29 para el juicio en el Tribunal Supremo, llegó a mi mesa el libro de Raül Romeva escrito en estos meses de reclusión y que lleva por título Esperança i llibertat. El conseller Romeva me adjunta con el libro una dedicatoria y un dibujo similar al de la portada, en que un preso abre los barrotes de la celda y saca de entre las rejas una parte de su cuerpo y un brazo que ofrece al aire una flor. En las cuatro esquinas del dibujo de la portada Romeva ha escrito: "cap alt, mirada llarga, verb serè y mà estesa".

Es un libro, señala, escrito sin reproches y con convicción. De alguien que dice caminar con paso decidido hacia la república. Es diferente al que escribió Quim Forn, este mucho más político, y el del conseller de Interior quizás más humano, más intimista. El desarrollo actual de la comunicación permite ahora conocer posicionamientos de personas privadas de libertad con una gran inmediatez. Que participen del debate político que se les ha secuestrado injustamente; que puedan decir la suya en los presupuestos generales del Estado, en las estrategias políticas de los dos partidos independentistas que ocupan hoy la centralidad del país, o a la hora de negociar con Madrid. Es, quizás, un reconocimiento a su sacrificio y un reconocimiento a sus liderazgos. En algún caso, incluso, hiperliderazgo. También un deseo explícito de no aceptar cabizbajos la estrategia de Madrid. Los presos son presos normales, políticos, y nada más.

La prisión, como dice Romeva, acostumbra a ser un castillo del olvido. En esta ocasión, ha sucedido todo lo contrario. La prisión ha sido el lugar de peregrinaje político, mediático y ciudadano. El mundo independentista, pero incluso más allá de su propio espacio ideológico, ha arropado a sus presos. En las próximas semanas veremos incluso una imagen tan potente como la del president de la Generalitat, Quim Torra, entre el público, siguiendo el juicio en el Tribunal Supremo. No será una actitud personal sino un enorme gesto político hacia el Estado que ha estrechado tanto sus costuras para preservar su unidad que ha puesto en jaque libertades básicas y la misma idea de democracia.

Uno de los presos de Lledoners me decía hace unos días que no es fácil prepararse para ir a Madrid a un juicio injusto con petición de penas estratosféricas. Pero que todos tenían ganas de que llegara este momento. De mirar a la cara a los que les acusan, con la cabeza bien alta. Nosotros, decía, nos sentaremos en el banquillo de los acusados pero la opinión pública los juzgará a ellos. Con esta actitud se van, y, como dice el título de libro de Romeva, con esperanza de ganar su libertad.