Con la muerte de Jordi Carbonell desaparece uno de los hombres públicos que hizo política en los tiempos difíciles de la dictadura, lo que le comportó penas de prisión y varias estancias en celdas de aislamiento. Hizo política cuando no se podía: primero en defensa de la lengua catalana y de las libertades nacionales y, más tarde, en la Assemblea de Catalunya, la plataforma unitaria de oposición creada en 1971.

De su etapa como lector de catalán en Liverpool decía que se había traido el respeto por las ideas de los demás, el respeto por la intimidad y el sentido de Estado. Y solía explicar, para que esto último se entendiera, lo siguiente: residiendo en Liverpool, un día se dirigió a los británicos Clement Attlee, que sería primer ministro laborista del Reino Unido entre 1945 y 1951. El mensaje de Attlee fue bien claro, había que reducir el consumo del carbón. La propietaria de la pensión en que residía Carbonell era profundamente antilaborista y cual sería su sorpresa, con veintipocos años, cuando constató que desenroscaba varias bombillas de la vivienda.

Ingenuamente, le preguntó como ella que era antilaborista hacía lo que le decía un primer ministro laborista. Su respuesta no podía ser más sencilla: "Contra el gobierno sí que estoy, pero contra el país, no".

El ejemplo lo explicaría Carbonell en varias entrevistas y vale la pena traerlo a colación como un homenaje a su memoria en este país pequeño donde demasiadas veces las disputas son por minucias y por falta de sentido de Estado. Quizás por ello, Jordi Carbonell, aunque era un hombre de partido y presidió Esquerra en el cambio de siglo, era sobre todo un hombre de movimientos unitarios. Su frase "que la prudencia no nos haga traidores" pronunciada en la Diada semitolerada de un lejano 1976, recogía las demandas a los políticos de toda una generación y ahora cobra vigencia ante los nuevos retos que tiene por delante Catalunya.