En esta montaña rusa en que ha convertido Pedro Sánchez su investidura a la presidencia del Gobierno nada es exactamente lo que parece. Y cuando parecía que todo estaba a punto de descarrilar, el candidato ha vuelto a dar un volantazo a su estrategia y ahora parece que hay un nuevo guion en el que el acuerdo entre PSOE y Podemos es factible y los morados pueden tener una oferta que sea algo más que invitarles a formar parte del decorado. Hasta el jueves a las 13 horas más o menos, que será cuando tenga lugar en el Congreso de los Diputados la segunda y definitiva votación, es probable que asistamos a nuevos quiebros del candidato, empeñado como está en tener un gobierno que en la práctica sea casi monocolor aunque se llame de coalición o de cooperación.

Los que lo conocen bien aseguran que el final no está aún escrito y que puede acabar decantándose por cualquiera de los dos caminos posibles, acuerdo o elecciones, en función de que al candidato le acabe saliendo su vía más pragmática o, por el contrario, se lance sin frenos a la aventura de una nueva consulta electoral. El ejemplo más claro de que Sánchez tiene una estrategia vacilante es que si el lunes se lanzó incomprensiblemente contra Iglesias, casi forzando el no de Unidas Podemos, 24 horas después recogió velas y los socialistas trataron de ofrecer a los morados un rostro más dialogante y posibilista. Es el inconveniente de moverte a golpe de redes sociales o de la última encuesta encima de la mesa. Algo no debe ir tan bien en la Moncloa cuando propagan a voz en grito que van a mejorar su oferta a Podemos justo en el momento en que la convicción más generalizada es que Sánchez ha perdido la batalla del relato y que el astuto Iglesias le hace aparecer a ojos de la izquierda como el responsable de que no haya una coalición como en el resto de Europa. Veremos que queda en el sombrero del aprendiz de mago y, sobre todo, qué está dispuesto a sacar de él cuando tanta gente le ha visto el truco en directo y durante dos días por televisión.

Por lo que respecta a Catalunya, el balance de las dos jornadas es que Sánchez se encuentra varios pasos atrás de la moción de censura de hace un año o de la reunión de Pedralbes con el president Quim Torra y el vicepresident Pere Aragonès. Si aquella cita de diciembre en Barcelona podía significar el principio de algo, el presidente-candidato de estas dos jornadas da pocos motivos para la esperanza en la solución del conflicto. El mantra de que en Catalunya "hay un problema de convivencia, no de independencia" puede recibir un premio de frase ocurrente pero no pasa la más mínima prueba del algodón sobre cuál es la situación real del país. Igual que pedir mesas de diálogo entre los partidos catalanes, que no conducen a ningún sitio si no se forjan otras similares con los partidos españoles y una más de los gobiernos español y catalán, o pedir un acuerdo que vaya más allá del 50% de los catalanes cuando se obvia el que ya existe para celebrar un referéndum de independencia, avalado por un 70%-80%.

Manual de resistencia, se titula el libro que salió a la calle a principios de año y en el que Sánchez explica dos cosas: su audacia y su resiliencia. De lo segundo nadie duda pero lo primero a veces se acaba perdiendo cuando se confunde con la imprudencia.