Publicado en el Diari Oficial de la Generalitat (DOGC) el aplazamiento de las elecciones catalanas hasta el 30 de mayo, solo un recurso del PSC ante el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) y, eventualmente, ante la Junta Electoral Central podría volver a situar en la suspendida fecha del 14 de febrero la cita con las urnas. Las malas cifras de la pandemia en Catalunya han propiciado un cómodo aterrizaje en un cambio de fecha electoral del que solo salen malheridos los socialistas, que veremos cómo resisten el envite de los próximos meses con un calendario político que tiene más de una arista en su contra.

Mucho se ha hablado del efecto Illa, tanto que realmente parece que el candidato sea un auténtico mirlo blanco en el que nadie había caído como presidenciable hasta que Pedro Sánchez ha ejercido una autoridad en el PSC que hasta la fecha ningún otro primer secretario general del PSOE había utilizado con tanto éxito. Basta recordar como el PSC desmontó en 2006 el acuerdo entre el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero y Artur Mas por el que si Convergència i Unió ganaba las elecciones, los socialistas lo respetarían y aceptarían que pudiera gobernar. Fue un domingo de noviembre, el día 5, cuatro días después de los comicios y estando el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba de guardia vigilando que el PSC no repitiera el acuerdo. Zapatero se encontraba en Sudámerica de viaje oficial, cogió el avión de regreso a Madrid desconociendo lo que tramaba el PSC. Con el Falcon en el aire, el PSC anunciaría un acuerdo con ERC e ICV que, en la práctica, propiciaría el segundo tripartito. Era otro momento, ciertamente. Pero ahora parece que las tornas se han invertido y el centro de poder está incuestionablemente en la Moncloa.

Ahora, con cuatro meses y medio por delante ante el 31 de mayo, veremos qué acaba quedando del efecto Illa, ya que será el centro de ataques que hasta la fecha no recibía, protegido en su único empleo de ministro de Sanidad. La situación ha cambiado, ha pasado a estar a tiempo parcial, ya que tiene la candidatura a la Generalitat y el tiempo puede acabar pesándole como una losa en medio del descontrol de la pandemia en buena parte de España.

Pero más allá del efecto Illa, que veremos cuando llegue el momento qué queda de él, el retraso electoral ha desplazado la carpeta de los indultos arriba de todo. Es un secreto a voces que el acuerdo de los presupuestos entre el PSOE, Unidas Podemos y Esquerra tenía un anexo de los que no se explican pero que requieren un cumplimiento obligatorio: la concesión de los indultos a los presos políticos a principios de año. Es muy probable que en el clásico trilerismo de la Moncloa alguien pensara en noviembre, cuando se fraguó el sí, que con los comicios situados en febrero sería fácil convencer a los republicanos de que el calendario se les había echado encima.

Este escenario ha cambiado. Ahora no van a poder pasar a después del 30 de mayo sin un incumplimiento flagrante de los acuerdos. Pero si se aprueban antes, esos votos que espera recibir Salvador Illa del centro y la derecha catalana como el candidato útil —en una repetición de la operación Arrimadas en 2017— para parar al independentismo le abandonarían inmediatamente. Seguramente, aquí está también una de las razones del PSC en oponerse al nuevo calendario electoral. Porque, no nos engañemos, con la calculadora electoral en una mano unos y otros, los estadistas pasan rápidamente a ser el número más bajo de todos. Cero.