Ha pasado demasiadas veces: el independentismo se hace pequeño cuando se pelea, no sabe distinguir lo anecdótico de lo importante y hace política de zancadillas partidistas al adversario. Los tiempos presentes tienen, en más ocasiones de las necesarias, mucho de eso que tanto molesta a los votantes independentistas. No a todos, claro está, pero sí a la corriente central de este movimiento que ve con estupefacción como el deporte de lanzarse los platos a la cabeza hace emerger miserias que los electores quizás no perdonarían. Este miércoles, el Parlament vivió una de estas sesiones turbias al hilo del debate de cómo debía aplicarse el auto del juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena respecto a la suspensión total, parcial o temporal de los diputados actualmente en prisión  o en el exilio. En total seis, uno en el exilio, el president Carles Puigdemont, y el resto en la cárcel de Lledoners: Oriol Junqueras, Jordi Turull, Josep Rull, Raül Romeva y Jordi Sànchez.

Que Junts per Catalunya y Esquerra Republicana tengan puntos de vista diferentes puede ser incluso normal ya que son dos formaciones políticas que concurren a las elecciones separadamente y tiene cada una de ellas todo el derecho a tener estrategias políticas diferentes. Ya serán los ciudadanos los que en las urnas den o quiten razones con sus votos. Mientras tanto, compartiendo como comparten Govern, un espectáculo tan lamentable como el de este miércoles en público dice muy poco de todos ellos. La ropa sucia se lava previamente en casa y al tratarse de presos y exiliados es normal y hasta lógico que los afectados tengan algo a decir. Todos se están jugando mucho, de hecho ya se han jugado mucho con una situación judicial injusta desde todos los puntos de vista.

El juez Llarena, no obstante, no puede ser al mismo tiempo magistrado y legislador. Lo escribí con mucha anterioridad al conflicto que ahora se ha producido en el Parlament. La causa no está cerrada del todo y la justicia alemana ha tumbado los delitos de rebelión e hipotéticamente de sedición y ha acotado la extradición por rebelión a España, si finalmente llega a concretarse, a un delito que en su Código Penal sería el de corrupción con una pena máxima de cinco años. Hay mucha tela que cortar en el camino y no debiera haber sido tan difícil congeniar las posiciones de unos y de otros. Las del Govern independentista y las de la mayoría parlamentaria independentista.

Si no hay voluntad de hacerlo, de recoser las diferencias, quizás sí que ha sido un error trasladar a la ciudadanía que un Govern como el actual era posible. La pelota está en el tejado de los políticos, no de la gente, que lleva mucho tiempo haciendo las cosas bien hechas. Y que solo puede empujar a sus electos o sacarles tarjeta roja. Que quede lo de este miércoles en el Parlament en una anécdota o se haga cada vez más grande depende de ellos. Y que empiecen a hacer y decir lo mismo sin caer en contradicciones, también. El verano puede actuar como un adhesivo, siempre y cuando sus reconocidas propiedades para unir no hayan ya caducado.