Una de las tragedias del independentismo catalán es que sus dirigentes son incapaces de acordar una mínima estrategia conjunta más allá de compartir el Govern de Catalunya. A cada movimiento de una de las formaciones surge inmediatamente una respuesta agresiva de su socio, que pasa a comportarse entonces como un adversario y como un rival electoral.

Estos días están jugando Junts per Catalunya y Esquerra Republicana la enésima batalla en unos momentos en que hay, al menos, cinco carpetas ante las que tendrían que ir unidos: la exigencia de libertad para Oriol Junqueras, después de la resolución del Tribunal de Justícia de la Unión Europea; la anulación del juicio del procés y de la sentencia del Tribunal Supremo; la exigencia a los tribunales españoles de acatamiento de la inmunidad parlamentaria europea, incluida España, de Puigdemont, Junqueras y Comín; la oposición frontal en el Parlament de Catalunya a la inhabilitación del president Quim Torra por parte de la Junta Electoral Central, que puede ser la primera gran batalla del nuevo añoy y la aceptación de que una hipotética negociación del Govern con el nuevo Ejecutivo de Pedro Sánchez, obviamente, ha de ser liderada por los dos presidentes, y el president Torra tiene mucho que decir.

Hay una parte más peliaguda, en la que desde el principio se sabe que no va a haber acuerdo entre ambas fuerzas: la investidura del presidente Sánchez y la votación en las Cortes generales. Habida cuenta de que ERC y JxCat se presentaron a las elecciones generales del pasado 10 de noviembre con posiciones políticas diferentes, ninguna de ellas puede exigirle a la contraria que haga algo distinto a lo que fue su compromiso electoral. Serán los electores catalanes los que juzgarán, en los próximos meses, quién acertó más con su decisión. Otra cosa es el forcejeo permanente para ganar la batalla del relato ante la opinión pública.

Todo ello coincide con una colosal embestida de la derecha mediática, judicial y política contra el independentismo catalán. Ninguna de las tres van a dar su brazo a torcer y el poder del Estado va a caminar paralelo al del Gobierno, que estos días ya ha visto en más de un asunto que su poder era muy relativo. Porque las derechas no se van a conformar tras la investidura de Sánchez y el bloqueo de la legislatura va a ser permanente. Y, en medio, estará Catalunya, necesitada de todo lo que Madrid no quiere ni oír hablar y que habrá que poner encima de la mesa: un sistema de financiación radicalmente diferente, un respeto a su identidad nacional, política, social, educativa, cultural y económica, el referéndum y el derecho a la autodeterminación. Porque el conflicto político entre España y Catalunya está ahí. Y lo sabe el independentismo catalán y el nacionalismo español.

Así acaba el año y así empieza el 2020. Se va un año marcado por la injusta sentencia del Supremo y la represión y se asoma otro donde, una vez más, habrá que confiar en que Europa siga abriendo paso a la justicia ante la vulneración de derechos fundamentales por parte del estado español.