La decisión de los promotores del Hermitage en Barcelona de recoger velas y llevarse la franquicia del célebre museo de Sant Petersburgo a otro lugar del Estado debería abrir una reflexión profunda de todos aquellos que, más allá de este proyecto en concreto, viven cada vez con mayor incomodidad cómo se está instalando entre una parte muy importante de la clase política en general el discurso del no a todo como respuesta a las iniciativas que se proponen. Los tiempos han cambiado, ciertamente, y es obvio que muchas cosas no se han de hacer de la misma manera. Pero ese no es el debate, que está muy asumido por todos. La cuestión es: ¿no se han de hacer de la misma manera o no se han de hacer?

Al final, el Museo Hermitage es una anécdota dentro de las oportunidades que está perdiendo la capital de Catalunya y el país en general. Hemos defendido que tenía más ventajas que el Hermitage se quedara en Barcelona que, por el contrario, optara por abandonar el proyecto y se fuera a otro lugar. No tanto, obviamente, porque mejorara de una manera sustancial la oferta cultural de Barcelona sino porque, en general, allí donde está suma más que resta. Eso era suficiente para no poner permanentemente palos en las ruedas del proyecto por parte de las autoridades municipales. La crisis de la covid unida a la crisis económica ha dejado muy a la vista las insuficiencias de una ciudad que necesita del turismo y de los salones que organiza la Fira para que el motor del crecimiento económico no quede gripado, como así ha sucedido.

La ciudad es, aparentemente, más de los barceloneses, pero los precios no son asequibles para que puedan comprar o alquilar una vivienda. La ciudad está sucia, es peligrosa, las trabas administrativas ralentizan el crecimiento, está paralizada. No hay proyectos en marcha. La Barcelona de Colau está muy lejos de la Barcelona de Trias. La cultura del no está ganando la batalla por incomparecencia de los que abiertamente piensan lo contrario. Es un mal general del país, seguramente, y de la ausencia de liderazgos omnipresentes. Hoy cada político hace sus cuentas de lo que puede ganar y perder no en el medio plazo sino en el instante siguiente, ya que la inmediatez ha acortado el tiempo y el éxito o el fracaso, que antes llegaba en semanas o meses, ahora viene en horas o días. Quizás por eso, ante tal aceleración de los tiempos, hoy se juega a no perder más que a ganar.

Los partidos que ocupan la centralidad o que aspiran a ello no es razonable que sean arrastrados a posiciones más propias de partidos minoritarios simplemente por acomplejamiento e incapacidad para construir un discurso alternativo. Así, el país lejos de avanzar se convierte en un teatrillo en que la disputa, las declaraciones y las rencillas dominan el día a día mientras de los grandes proyectos y de las oportunidades para escalar posiciones no se ocupa nadie. Propio de un país serio sería un debate profundo sobre los Juegos Olímpicos de invierno que la Generalitat ha reclamado para una candidatura, en 2030, Barcelona-Pirineos.

Se puede estar a  favor o en contra de los Juegos, pero los partidos están obligados a expresar su posición y la Generalitat a dar a conocer el dosier que ha preparado, qué inversiones plantea, qué infraestructuras se van a realizar, si tiene un coste económico o no para la Generalitat, el papel de Aragón, las ventajas de la marca Pirineos en un mercado mundial y tantas otras cosas. En definitiva, salir de la zona de confort en la que están porque no vaya a ser que en la consulta reciban un revolcón de la ciudadanía. Porque los detractores del proyecto sí defienden su no a cara descubierta y exponiendo sus argumentos. Ahora solo falta que comparezcan los del sí para que los ciudadanos del Pirineo puedan tomar la mejor decisión para ellos.