La segunda reunión en la prisión de Lledoners entre Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, encabezada por Oriol Junqueras y Jordi Sànchez y con la asistencia del presidenciable Pere Aragonès, sirvió para constatar que, aunque el Govern de coalición está bastante cuesta arriba, sigue siendo posible. Y es la opción en la que se sigue trabajando. De las tres diferencias estratégicas entre ambas formaciones —el papel del Consell per la República, la réplica a un hipotético fracaso de la mesa de diálogo cuando se cumpla el plazo establecido de dos años y la respuesta conjunta de los grupos parlamentarios independentistas en el Congreso de los Diputados a las cuestiones que tengan que ver con el autogobierno— se avanza con lentitud pero no se retrocede. El último punto es el más avanzado, pero en los otros dos no hay un acuerdo cercano, aunque se ha avanzado también este sábado. Eso por no hablar del reparto de carteras en el Govern, que Junts considera inaceptable y muy lejos de lo que tenía ERC en la anterior legislatura.

Hoy por hoy ambos partidos tienen que seguir trabajando en el desbloqueo dado el enquistamiento histórico entre dos estrategias marcadamente diferenciadas y, por ello, una reunión tras otra vuelven a surgir los mismos temas y las posiciones se mueven muy lentamente. Esta situación y el avance inexorable del calendario —el próximo día 26 finaliza el plazo para la última investidura y de no haber entonces un president elegido por el Parlament, se convocarían automáticamente nuevas elecciones— hace pensar que la mesa de negociación entre ERC y Junts, de no dar pasos significativos, no está muy lejos de explorar cuáles serían las condiciones para que la formación de Puigdemont llegara a prestarle a Esquerra los diputados necesarios para que Pere Aragonès fuera investido president. ¿Cuáles serían estas condiciones? Es un escenario desconocido, ya que no hay precedentes de una situación similar y, obviamente, los acuerdos que se hayan podido alcanzar anteriormente, por ejemplo con la CUP, no guardan comparación posible.

No obstante, tras la reunión de este sábado en Lledoners parece que ambas formaciones tienen ganas de prolongar las reuniones y darse un nuevo plazo, una vez ha vencido el que había expresado en público ERC del 1 de mayo. La incomodidad actual es claramente visible en las dos formaciones, que ya tampoco saben mucho más qué explicar a la opinión pública después de que desde el 14 de febrero hayan estado negociando sin resultados factibles.

En última instancia, es muy probable que, aunque las negociaciones sean difíciles, los dos partidos temen las consecuencias de un desenlace negativo. La materialización del desencuentro actual, si se acabara concretando, llevaría en la recámara un artefacto de naturaleza desconocida como es la consulta a las bases de Junts de la validación de un acuerdo, el que sea. Nadie duda que si se sometiera a votación un acuerdo entre ambos partidos, sería ratificado. ¿Pero es igualmente seguro que si la dirección propusiera votar la investidura de Aragonès e ir a la oposición, acabaría saliendo? ¿O habría un decantamiento hacia la convocatoria de nuevas elecciones? Aún están lejos de este escenario, pero las consultas, a veces, están cargadas de sorpresas.