Catalunya vive en estas horas difíciles un golpe del Estado contra sus instituciones y la democracia. Un golpe blando que cuenta con diferentes frentes y que pretende por la vía de los hechos liquidar la autonomía catalana, cercar al presidente y al conjunto del Govern, instaurar un estado de terror y de miedo en la ciudadanía y, finalmente, impedir el referéndum del próximo 1 de octubre. La represión es de tal magnitud que en estos momentos el Estado de derecho en Catalunya y las libertades civiles -de manifestación, de opinión, de prensa, de empresa- están seriamente en riesgo, amenazadas. I, así, con estas duras palabras, y por qué no decirlo, con tristeza y honda preocupación, debe decirse.

El Estado ha dado un paso muy peligroso, seguramente, sin valorar suficientemente bien el movimiento que llevaba a cabo. El microclima golpista de Madrid, siempre dispuesto a solucionar las cosas por la fuerza. El Estado ha llevado a cabo un movimiento a la desesperada de quien sabe que solo por la fuerza puede impedir el normal funcionamiento de la democracia en Catalunya, importándole poco el poner en riesgo la convivencia en Catalunya tejida durante generaciones y que la dictadura franquista lejos de resquebrajar ayudó a cohesionar. Con toda seguridad, no será diferente en esta ocasión, más allá de gobernantes y partidos que en vez de aceptar que el 80% de los catalanes querían votar han optado por medidas coercitivas sin base legal e impropias de una democracia occidental. Pero eso, también lo saben ellos.

A esta provocación, porque, al fin y al cabo, no es otra cosa, se debe responder con serenidad y con firmeza. Con la misma serenidad que el pueblo de Catalunya ha hecho gala desde el año 2010 en que el Tribunal Constitucional liquidó el Estatut d'Autonomia de Catalunya y que después, a través de movilizaciones millonarias en las calles, ha reivindicado primero el pacto fiscal, más tarde el estado propio y finalmente la independencia de Catalunya. La revolución de las sonrisas, como ha sido conocido el movimiento catalán, que ha admirado a Europa, tiene que seguir igual sin moverse ni un milímetro de su hábitat natural y no caer en las provocaciones que está recibiendo. La sonrisa y los claveles. Contundencia y serenidad. Ese debe ser el marco de la réplica que impulsen las entidades soberanistas.

Pero la respuesta también debe ser firme e inequívoca por parte del Govern y de las instituciones catalanas. La democracia solo se puede defender con más democracia y de ese camino no debe apartarse en esta hora difícil ante la represión y las amenazas que está recibiendo. El referéndum del 1 de octubre es hoy más necesario que nunca y los demócratas, sean independentistas o no, están llamados a responder con su voto al golpe del Estado que se está produciendo en Catalunya. Las urnas deben llenarse de papeletas y el aislamiento del Partido Popular debe hacerse evidente con síes, con noes y con votos nulos. Son los ciudadanos los que están convocados a dar esta respuesta más allá de lo que decida o piense este u otro partido político.

Hace ya mucho tiempo que al Partido Popular el conflicto catalán se le escapó de las manos y ha llevado a España a un callejón sin salida. Sus socios, Ciudadanos y Partido Socialista, son igual de responsables. Sobre todo, los segundos, que han renunciado a su historia y han perdido su identidad. El envite no es fácil y los tiempos de la equidistancia y de las zonas de confort han desaparecido. Es el precio que han de pagar por dejar la política en manos de la justicia y de la policia. Por renunciar al acuerdo y al pacto. Por el pensamiento único y el ataque a la democracia. Por todo ello, hay que estar al lado de las instituciones catalanas, del Govern y del Parlament. Porque solo así los catalanes podremos defender la democracia.