Celebra este fin de semana Esquerra Republicana su conferencia nacional en una situación de absoluta excepcionalidad política: su presidente, Oriol Junqueras, está en la prisión de Estremera y su secretaria general, Marta Rovira, exiliada en Suiza para evitar la cárcel. Esta es la cruda realidad del enorme daño causado por los tres partidos del 155 y por el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena: acabar con la cúpula de las dos formaciones políticas independentistas que gobiernan Catalunya desde 2016.

Es normal, por tanto, que la conferencia nacional del partido sea el lugar escogido para reivindicar el trabajo hecho en los últimos tiempos: desde su participación en el referéndum del 1 de octubre, la proclamación institucional de la República, las elecciones del pasado 21 de diciembre y, finalmente, el acuerdo del Govern que ha permitido la investidura de Quim Torra y que ha dejado en manos de Esquerra siete áreas de gobierno, entre ellas las dos de mayor presupuesto, Ensenyament y Salut. 

Del cónclave republicano saldrá también su ponencia estratégica que lleva por título "Ara, la República Catalana" y que hay que resaltar la unanimidad interna que ha recogido. La nueva hoja de ruta busca combinar la defensa de las posiciones adquiridas por el independentismo con ciertas dosis de pragmatismo. También ampliar la base social que lo apoya para ganar amplitud por la izquierda aunque sea a costa de ceder algún espacio a Junts per Catalunya. Como reconoce ERC, es una aventura no exenta de riesgos, dada la tensión política que se vive en Catalunya, con numerosos presos y exiliados. Pero también es el plan 2.0 de Oriol Junqueras desde incluso antes de entrar en la prisión. También desde que ingresó en ella.

La conferencia nacional es también el punto de encuentro para oficializar nuevos liderazgos. El vicepresident Pere Aragonès, el presidente del Parlament, Roger Torrent, el presidente del Grupo Republicano en la Cámara catalana, Sergi Sabrià, o la portavoz nacional, Marta Vilalta, están llamados a coger el testigo en esta situación tan excepcional. Y a aprender deprisa. Ya que la historia reciente demuestra que en la política catalana no hay un tiempo de aguas calmadas. Y este no llegará mientras la injusticia y la excepcionalidad de presos y exiliados se mantenga.