Decir que Esquerra se debate entre el no y la abstención a la investidura de Pedro Sánchez no es ninguna novedad. Como tampoco lo es que cualquier decisión que adopte tiene sus riesgos, algo, por otra parte, consustancial a una elección política y que, en su caso, es superior ya que tiene en la punta de los dedos la presidencia de la Generalitat en unas próximas elecciones catalanas. Elevar a la militancia una consulta para conocer su opinión es acertado y lo que no es coherente es criticar que la lleven a cabo, y, al mismo tiempo, lo contrario. El peligro, en mi opinión, no reside en que sus potenciales votantes no entiendan el significado político de facilitar la investidura de un candidato de la izquierda española sino en que hay altísimas posibilidades de que el PSOE no cumpla ninguno de los compromisos que adquiera una vez Sánchez tenga por delante cuatro años o los que sean de gobierno. 

El PSOE necesitará demostrar a diario que no ha cedido ante un partido independentista, que la unidad de España no está en riesgo.  El deep state no se va a rendir y la presión sobre los socialistas para no tocar ni una coma del decrépito estado de las autonomías será insoportable. Lo que no haga todo el entramado político-judicial-mediático español lo acabarán haciendo las tijeras de la Unión Europea, que ya se preparan para abordar la nueva crisis económica con las viejas recetas de siempre: recortes de gasto público. Si esa acaba siendo la actitud de Pedro Sánchez, la mesa de diálogo -lo que se ha dado en denominar el Pedralbes 2- nacerá muerta desde el minuto cero.

¿Tiene por ello que votar Esquerra no a la investidura y cerrarse en banda a cualquier negociación con el PSOE? Ni mucho menos: la política abre escenarios que a veces no son los más cómodos, ni los más probables, pero es un error no analizar hasta el último resquicio de oportunidad. Pero no como dice, ilusamente, la vicepresidenta del gobierno en funciones, Carmen Calvo, para ayudar a la estabilidad española, sino para conseguir en la negociación un gran resultado para Catalunya. Nada diferente a lo que hacen vascos, gallegos, canarios, cántabros, valencianos y turolenses. Cada uno según sus necesidades y es obvio que en Madrid tienen que entenderlo así aquellos que quieren la investidura.

Pero, como a estas alturas ya sabemos quién es Pedro Sánchez y como dejó empantanado el diálogo de Pedralbes tras no soportar las presiones de lo que se conoce como "Madrid", Esquerra deberá asegurarse, para no quedar atrapada, que los acuerdos sean públicos y lo más claros posibles. No solo eso: habida cuenta que hacia Sánchez solo puede haber desde el independentismo una alta desconfianza -eso, como poco- ya que ha demostrado una laxitud total en sus cambios de alianzas, será necesario exigirle mucho más que palabras. Es lo que tiene sentarse por segunda vez en una mesa con un jugador que sabes que hace trampas. Que si te vuelve a engañar tu posición queda muy debilitada.