El gobierno de Pedro Sánchez está en campaña oficial desde el pasado viernes, cuando el presidente anunció la celebración de elecciones generales para el próximo 28 de abril, y alguien debe haber pensado que, ya puestos y con el traje de faena, como se saca rentabilidad de verdad de la convocatoria a las urnas es disparando un misil contra el Govern. Dicho y hecho: el Ministerio del Interior no ha tenido otra ocurrencia que dejar al president Quim Torra sin escolta en el viaje que este lunes ha realizado a Bruselas. Lo mismo ha dicho el ministro Fernando Grande-Marlaska que sucederá a los consellers cuando viajen al extranjero. ¿Juego sucio?, claro que sí.

La noticia es chocante, ya que si Quim Torra ha podido viajar con su escolta hasta la fecha, ¿qué ha cambiado para que ahora no sea así? Solo dos cosas: el no a los presupuestos generales del Estado y la convocatoria electoral del 28-A. En ninguno de los dos casos parece que sean razones convincentes para aplicar una medida de esta naturaleza. Pero Sánchez necesita marcar perfil propio aunque en este caso sea con una medida que no llegó a aplicar ni Mariano Rajoy en sus años en La Moncloa. Tampoco recuerdo que Pasqual Maragall, José Montilla o Artur Mas tuvieran, siendo presidentes, problemas de esta naturaleza. Sí que fue el caso, en varios momentos de sus 23 años como president, de Jordi Pujol. En aquella época, los servicios de Presidencia ingeniaban todo tipo de tretas para solventar las intermitentes malas relaciones con Felipe González en La Moncloa. Desde que los escoltas viajaran en coche y esperaran en el lugar de destino al president con sus armas a que, aprovechando el uso de la sala de autoridades y el avión privado, se esquivara la prohibición. Lo cierto es que sobrarían dedos de una mano para enumerar las ocasiones en que los escoltas no llevaban su arma reglamentaria.

Pero Sánchez está en campaña y necesita imperiosamente remontar los pobres resultados de las últimas elecciones, en que logró siete diputados en Catalunya, muy lejos de los 25 obtenidos en 2008 por la fallecida Carme Chacón. Un resultado estratosférico e impensable hoy en día ya que el número de diputados al Congreso a repartir en Catalunya es de 47. Aunque no va a ser el independentismo el principal adversario socialista en Catalunya, el PSOE lo necesita como agua de mayo para no parecer débil en el resto de España. Por eso el ministro Borrell tiene carta blanca en sus inventos para contrarestar el relato independentista en los medios de comunicación internacionales. Los socialistas apuestan por zancadillas institucionales como la de Marlaska más que por la confrontación abierta.

Sobre todo porque en una estrategia de confrontación con la derecha y propagando a los cuatro vientos que llega la ultraderecha, confía en ser también voto útil de un sector del independentismo al que le asuste este panorama político. No deja de ser curioso: con una mano aplicando el 155 hace tan solo 15 meses, en el tiempo transcurrido en la Moncloa predicando un diálogo que en el fondo era de cartón piedra y, ahora, planificando una precampaña para pescar en el revuelto mar de votos independentistas. Parece difícil pero cosas más difíciles se han visto en política.