¿Sabrían hacer unas elecciones en Andalucía los partidos españoles —fundamentalmente, el PP, Ciudadanos y esta nueva franquicia del franquismo que es Vox— sin hablar de Catalunya? Difícil, muy difícil. Se habla de Catalunya en las elecciones españolas, se habla de Catalunya en las elecciones catalanas, se hablará de Catalunya en las elecciones municipales y europeas del mes de mayo y, sin embargo, no se habla de Catalunya en una mesa de negociación para escuchar qué quieren los catalanes. Todo el mundo tiene sus propuestas, pero es que resulta que los catalanes también tenemos la nuestra.

Allí, en cualquiera de los mítines que se han celebrado en este primer fin de semana de campaña se habla de la ilegalización de Arran, del juez Pablo Llarena, de los presos y exiliados, de TV3, de rebelión, de los Mossos, de Trapero, de la convivencia en Catalunya, de los lazos amarillos, de las prisiones catalanas, de un nuevo 155, de acabar con las autonomías, de Bruselas, del PSC, del independentismo, de la violencia en las calles catalanas, de la ruptura de España, de los CDR, de la CUP, de la ley en Catalunya, de los medios separatistas, de los presupuestos generales del Estado en coma seguramente irreversible negociados en la cárcel y en Bruselas, de Puigdemont, de Junqueras, de Torra... Así se construye buena parte del discurso en Málaga, en Sevilla, en El Ejido, en Córdoba o a Granada.

No es extraño que en este batiburrillo la presidenta Susana Díaz esté inquieta porque Andalucía no existe en el debate de su campaña electoral. Ella, tan lejos de la política de Pedro Sánchez, tan alejada de todo lo que huela a sanchismo, podría hacer una campaña más cómoda con Rajoy en la Moncloa. ¿Cómo se habla mal de Madrid si el que manda es tu líder, Susana? Con lo que le gustaría a la presidenta andaluza explotar como en otras campañas electorales el filón anticatalán. Como cuando decía hace algo menos de tres años que los intereses de las hipotecas andaluzas iban a acabar en Catalunya con una Hacienda catalana o que los andaluces acabarían pagando los peajes de las autopistas catalanas. Hoy el listón del anticatalanismo está tan alto que, por ahora, Susana Díaz no llega.

Un último apunte: mucha atención a Vox que, pese a no tener minutos en la tele, puede acabar teniendo presencia en el Parlamento andaluz y no con uno o dos escaños. El franquismo sin complejos parece que ha vuelto.