Por segunda vez consecutiva se celebrarán en Catalunya unas elecciones con candidatos en las prisiones o en el exilio. La primera vez fue en el ya lejano 21 de diciembre de 2017, con las instituciones de autogobierno de Catalunya suspendidas fruto del artículo 155 de la Constitución. Ahora, dieciséis meses después, se vuelve a producir una situación similar y, en esta campaña que oficialmente se inicia a las cero horas de este viernes, sería bueno no normalizar esta situación para que no caiga en la rutina o en el olvido. Candidatos al Congreso y al Senado de los partidos independentistas concurren a las elecciones españolas en una desigualdad evidente ya que, en primer lugar, están injustamente encarcelados o no pueden regresar a Catalunya teniendo garantizada su libertad y, en segundo lugar, no pueden realizar una campaña electoral normal a diferencia de sus adversarios políticos que sí disfrutan de una situación plenamente normalizada.

La represión del Estado español y las decisiones de la Junta Electoral Central, el Tribunal Supremo o el Ministerio del Interior han cerrado hasta el momento cualquier fisura que permitiera una mínima participación a los presos: desde la libertad temporal a los debates de candidatos en la prisión; desde los mítines en las cárceles a las entrevistas grabadas para radio o televisión. Nada de nada. Tan solo las entrevistas con cuestionario previo y por escrito. Es una manera de deshumanizar a los presos, que solo son visibles a nuestros ojos en el banquillo de los acusados del juicio del procés que se está celebrando en el Tribunal Supremo.

Esta injusta situación debería movilizar al independentismo para acudir a las urnas. No son unas elecciones normales y la participación tampoco debería ser normal. De la misma manera que el unionismo supo interpretar perfectamente el papel trascendente de las elecciones catalanas del pasado 21 de diciembre y disputar la victoria al independentismo, en estos comicios se vuelve a producir un reto de similares características a la inversa: movilizar como nunca el voto independentista más allá de su deseo o no de concurrir a unas elecciones españolas. Porque, al final, lo que contarán serán los escaños obtenidos y de qué lado caen los diputados y senadores.

Es muy normal y natural que la izquierda española agite el factor de la llegada de las derechas al gobierno de España para aglutinar el mayor voto posible. El PSOE juega descaradamente esta carta y fruto de ello sus expectativas electorales son, hoy por hoy, claramente al alza. Pero el independentismo catalán necesita ser fuerte y, a ser posible, decisivo en Madrid si quiere intentar jugar la carta de un referéndum acordado, algo que hoy es toda una quimera. Esa sí.