No deja de ser enormemente decepcionante observar la incapacidad de la clase política que gobierna Catalunya para plantear una respuesta clara, enérgica, contundente y amplia —desengáñense, unitaria no lo será nunca— al acoso político, mediático y judicial que está sufriendo la lengua catalana. La última embestida del Tribunal Supremo, estableciendo un 25% de enseñanza escolar en castellano, no solo desmonta la inmersión escolar que, con todos los matices que se quiera, es una historia de éxito en la que participaron por igual lo que hoy es la mayoría independentista como también los que hoy se consideran herederos de aquel PSC de Reventós y Marta Mata o del extinguido PSUC. También, y esto es lo grave, confronta aquí y allá como de cruel es la represión contra la identidad catalana al tiempo que, en el otro extremo, los políticos catalanes, independentistas divididos y desarmados se pelean por encabezar un comunicado o una declaración.

Da un poco la impresión de que han perdido el sentido de la proporción, obsesionados con ganar las elecciones y resolver hacia un lado u otro la hegemonía independentista.  Sinceramente, solo me encuentro a gente que, más allá de su preocupación, comprensible, por la nueva variante sudafricana de la covid, el imparable aumento del precio de la energía y de lo cara que está la bolsa de la compra ahora que se acercan las fiestas navideñas, me hablan, como mucho, del problema del catalán y la justicia, de los presupuestos que la CUP, inexplicablemente, ha tratado de enviar a la papelera de la historia y, como no, de la represión y el desencanto.

Una semana ha transcurrido desde la proclama del Supremo con mandato de obligado cumplimiento, como muy rápidamente se apresuró a dejar dicho el gobierno socialista. NO el PP, Vox o Ciudadanos que piden medidas mayores, como siempre que se debate algo que afecta a los catalanes. La Moncloa subida ora al carro de la prédica del diálogo inexistente y ora al más descarnado y cruel ataque a la lengua catalana. Ya saben de las dificultades para que la definición de lengua propia sea algo más que unas líneas en el Estatut d'autonomia.

Quizás por ello, alguien ha creído que se daba la tormenta perfecta contra el catalán. Rebajado, cuando no silenciado en las nuevas plataformas tecnológicas, sin rumbo reivindicativo alguno el espacio independentista, desorientadas como nunca desde su fundación Tv3 y Catalunya Ràdio en su papel imprescindible de motor de la lengua catalana, el horizonte no puede ser considerado halagüeño. Y menos aún cuando hay tantas causas judiciales abiertas y tantas ganas contra los independentistas que, de facto, han acabado condicionando la política en Catalunya.

Por eso, no hay capacidad de respuesta a la hora de defender el catalán, más allá de cuatro declaraciones bienintencionadas, como se merecería la lengua del país y el nervio sin el cual la nación no se puede entender.