Como se sigan dando de baja actores de la vida pública catalana, el acto de Pedro Sánchez en el Teatro del Liceu acabará siendo una reunión de amigos del establishment catalán, con el condimento adecuado de aquellos que nunca suelen faltar a estas citas con el poder español y el correspondiente cupo de representantes institucionales del PSC y de los comunes, fundamentalmente, en cargos relacionados con el gobierno de España o en los ayuntamientos del cinturón.

No habrá la parte de la sociedad catalana con la que en teoría el presidente del gobierno pretendía con los indultos hacer una aproximación en base a una falsa magnanimidad del gobierno español y no como reconocimiento de lo que en realidad ha acabado siendo la sentencia del Supremo: un abuso de poder para arrebatar la hegemonía política al independentismo y, por ello, una derrota institucional y política, y la antesala de la derrota judicial en Europa. El independentismo ha pagado los platos rotos de un estado autoritario y ahora que se acerca la hora de la verdad, ya que se va a juzgar la falta de parcialidad judicial y la persecución política en España, se quiere vender como un gesto de distensión lo que no es otra cosa que una exigencia europea.

No ha empezado el diálogo pero sí han empezado los gestos tendentes a trasladar que esta vez sí que algo se está moviendo. La jefatura del Estado español y el presidente del gobierno han concentrado en unos pocos días tantas visitas a Barcelona que uno de los asiduos a este tipo de actos comentaba irónico que "estaba reventado" después de tres visitas de Sánchez y una de Felipe VI en menos de dos semanas. "Soraya abrió despacho en Barcelona y solo se veía con nosotros, nunca con los independentistas, y así le fue; veremos si ahora, después de los indultos, hay un plan para Catalunya pero mucho me temo que no", sentenciaba otro de los que ha hecho pleno estos días.

Pero más allá de los gestos, de la confirmación de la entrevista Sánchez-Aragonès para este mes de junio, de la utilización impúdica de los indultos para actos de autopromoción personal, también se ha filtrado que la mesa de diálogo igual no se podía celebrar hasta finales de julio o igual, quien sabe, hasta septiembre. No parece un buen preludio sino más bien un calculado calendario de dejar reposar las cosas. El reencuentro debe ser eso: una cita aspiracional, no una solución al conflicto político existente.